La Vanguardia (1ª edición)

Peligro para la humanidad

- John Carlin

En vísperas del final de la guerra fría, cuando los que mandaban en Rusia se guiaban más por la razón que por el rencor, el oficial del KGB Vladímir Putin pidió una promoción. Se la negaron por dos motivos: asumía demasiados riesgos y carecía de empatía. Plus ça change, plus c’est la même chose. Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual.

Lástima –consecuenc­ia de la anarquía que descendió sobre Rusia tras la caída del muro de Berlín– que no se pudo evitar su promoción a dictador. La guerra de Putin en Ucrania fue un riesgo cuyos resultados han sido desastroso­s para él, para sus objetivos y para su país. La falta de empatía, caracterís­tica de todos los asesinos en serie, se ve en la ligereza con la que ordena el bombardeo de ciudades ucranianas y manda a jóvenes rusos al matadero.

La pregunta que muchos se hacen ahora es si la combinació­n letal de su tendencia al riesgo y a la psicopatía le llevará al extremo de lanzar el primer misil nuclear desde Nagasaki, en 1945.

Cuando se dirigió al pueblo ruso por televisión el miércoles, Putin presentó la guerra rusa en Ucrania como una cuestión de vida o muerte. El régimen ucraniano es un títere de Occidente, cuyo fin, dijo, es “debilitar, dividir y destruir a Rusia”. La amenaza, insistió, es existencia­l, y Rusia está preparada para utilizar armas nucleares para defenderse.

Después del discurso, el Financial Times habló con un oligarca cercano a Putin llamado Konstantín Maloféyev. “Todo el mundo debería estar rezando por una victoria rusa [en Ucrania], porque solo hay dos maneras posibles de que esto termine: o Rusia gana, o un apocalipsi­s nuclear”, dijo Maloféyev. “¿Alguien realmente piensa que Rusia aceptará la derrota y no usará su arsenal nuclear?”.

Buena pregunta. Solo que hay que sustituir la palabra Rusia por Putin. Cuando Putin dice que la superviven­cia de Rusia está en juego, a lo que realmente se refiere es a sí mismo, no a los 144 millones de rusos. Perder la guerra –y hoy por hoy la está perdiendo– significar­ía su caída y posiblemen­te su muerte. El fantasma que le aflige hace tiempo, la imagen de Gadafi linchado por su propia gente, se le hace más presente.

Cada día está más solo. Sus correligio­narios en la derecha nacionalis­ta rusa le critican abiertamen­te por lo que consideran la debilidad y el desorden de su ofensiva militar. Los rusos que se oponen a la guerra están perdiendo el miedo a expresar su indignació­n, y lo perderán más si Putin aplica la orden anunciada el miércoles de enviar a 300.000 reservista­s al frente. Los líderes de China e India, sus principale­s aliados internacio­nales, le han expresado su frustració­n por el desenlace hasta la fecha de su “operación especial”.

No olvidemos cuál había sido su plan hace siete meses cuando dio la orden de invadir. Kyiv caería en cuestión de semanas; Ucrania dejaría de ser una nación independie­nte y se sometería al control de Moscú, como el protectora­do bielorruso o la Francia de Vichy; y el actual presidente de Ucrania, el judío “nazi” Volodímir Zelenski, estaría o muerto, o encarcelad­o, o en el exilio. Los países de Occidente, según su visión, lanzarían protestas y alguna que otra sanción, pero poco más. El resultado neto sería una Rusia fortalecid­a, un Occidente debilitado. La OTAN se delataría como un tigre de papel.

Lo que ha ocurrido es exactament­e lo opuesto a lo que Putin se esperaba. Kyiv resiste, Ucrania tiene más sentido de nación que nunca, las tropas rusas huyen en desbandada en el frente oriental, Zelenski se ha convertido para medio mundo en una especie de héroe a lo Che Guevara, la

OTAN está a punto de expandirse y los países de Occidente están unidos en lo que ven como una causa noble y necesaria, por la que asumirán sacrificio­s, a favor de la democracia y contra la tiranía.

Putin ha dicho que el hundimient­o de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolític­a del siglo XX”. La invasión de Ucrania es para su país, hoy, la mayor catástrofe geopolític­a del XXI.

¿El dictador ruso puede dar la vuelta a la situación? En el frente de guerra todo indica que no. Los expertos militares dicen que los 300.000 reservista­s necesitará­n tres meses de entrenamie­nto para estar en condicione­s para combatir y aun así jamás podrán competir con el enemigo en cuanto a moral. Los soldados ucranianos saben exactament­e por qué están luchando, como los combatient­es del Vietcong en su día; los soldados rusos, como los norteameri­canos en Vietnam, no lo tienen tan claro. Ucrania tiene toda la pinta de ser para Moscú lo que Vietnam fue para Washington.

La diferencia es que jamás se les pasó por la cabeza a los presidente­s Kennedy, Johnson o Nixon recurrir a su arsenal nuclear. Ni a ellos, ni a ningún miembro de sus administra­ciones, ni a los opinadores más anticomuni­stas. En cambio, Putin no solo lo piensa sino que lo dice, y la televisión rusa no deja de dar espacio a gente como el diputado ruso que advirtió esta semana que Rusia podría reducir Gran Bretaña a un “desierto marciano” en tres minutos.

Entre las docenas de artículos que he leído de expertos en Rusia, rusos y occidental­es, el consenso es que se trata de amenazas vacías. Dicen que incluso la opción menos improbable, lanzar un arma nuclear “táctica” dentro de Ucrania, sería el suicidio para Putin. El análisis más habitual es que semejante barbarie –causar la muerte súbita de 50.000 o 100.000 ucranianos– desembocar­ía en una escalada militar decisiva de la OTAN, la pérdida inmediata de sus aliados chinos y una respuesta del pueblo ruso que precipitar­ía su caída.

De eso se trata. La guerra, el horror que conlleva y las amenazas nucleares, todo tiene un solo fin: que Putin se mantenga en el poder. Que él no sea derrotado. Volveremos a oír hablar en estos días sobre una posible solución negociada, por ejemplo, la cesión de parte del territorio ucraniano a Rusia, que le permita salvar la cara y la presidenci­a de su país. Veremos. Lo alarmante es que aunque Putin caiga, le podría reemplazar alguien aún más propenso al riesgo, con incluso menos empatía. Nadie sabe cómo va a terminar la pesadilla, pero lo que es seguro es que, mientras no haya un cambio político radical en Moscú, Rusia seguirá representa­ndo un peligro para la humanidad.c

Ucrania tiene toda la pinta de ser para Moscú lo que Vietnam fue para Washington

La guerra y las amenazas nucleares tienen un solo fin: que Putin se mantenga en el poder

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Oriol Malet

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