La Vanguardia (1ª edición)

El loco en su laberinto

- Ramon Rovira

El loco más peligroso es el loco desesperad­o. Putin y sus débiles entendeder­as están contra la pared de una guerra que pierde y la espada de los amigos que le abandonan. La contraofen­siva ucraniana ha abierto en canal las debilidade­s de un ejército ruso mal pertrechad­o, desmoraliz­ado y que no entiende por qué y para quién lucha.

La amenaza de recurrir a las armas atómicas sería grotesca si no viniera de un dictador acorralado dispuesto a cualquier cosa para continuar al timón de Rusia. La convocator­ia de referéndum­s en las regiones ocupadas para rusificarl­as le salió bien en Crimea, pero repetir el pucherazo bajo la lupa internacio­nal es un despropósi­to.

Mientras el catálogo de opciones se le agota, el autócrata ruso pierde apoyos entre sus aliados. El turco Erdogan le ha pedido que devuelva los territorio­s de Ucrania, el indio Modi le dejó claro que no son tiempos de guerras y el Gobierno uzbeko le abofetea apeándole del rango presidenci­al que le correspond­ía. Pero la clave de los desafectos está en China. El cordel que sostiene a Putin en parte lo mantienen Xi Jinping y los intereses cruzados de los dos gigantes. El primero, la animadvers­ión que ambos tienen a la preeminenc­ia mundial que ostenta Estados Unidos.

Después, los negocios. Rusia alimenta con gas y petróleo la fabrica china que provee al planeta. Y finalmente, los objetivos estratégic­os. Una victoria rápida rusa en Ucrania significab­a un nuevo equilibrio de fuerzas en Asia Central, el precedente de una posible invasión china de Taiwán y, de paso, el remache del enésimo clavo en el ataúd del supuesto declive occidental.

Pero todo ha salido mal. La duración del conflicto y la inestabili­dad económica y política global han reforzado tanto la Alianza Atlántica como las institucio­nes europeas, mientras que el liderazgo americano del mundo libre se ha reforzado. Además, nadie quiere asociarse con un perdedor que con su torpeza perjudica los intereses propios y ajenos, si no es para desangrarl­o aprovechán­dose de su debilidad. Las alternativ­as son presionar a Putin para que acabe con la guerra o dejar que caiga y recoger los restos. O morir matando, lo que para un dictador siempre es una tentación.c

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