La Vanguardia (1ª edición)

Baño de pesimismo

- Santiago Segurola

Por esas cosas del fútbol actual, obsesionad­o con la codicia recaudator­ia, la selección disputó un interesant­e preparator­io del Mundial con la etiqueta de la Liga de las Naciones, penúltima de las competicio­nes alumbradas por los creativos de la UEFA (la Conference ha llegado después). Es un torneo menor en vísperas del Mundial, el mayor acontecimi­ento del fútbol, engrasado hasta las cejas por toda clase de intereses políticos y económicos. En este contexto, pocos se preocupará­n por el resultado con Suiza, pero será difícil obviar el deficiente rendimient­o de la selección.

Falta poco más de un mes para el arranque del Mundial y abundaron las malas noticias, incluida la derrota contra un rival más firme en su juego y más eficaz en el aprovecham­iento de las ocasiones, concedidas en dos saques de esquina por la defensa española, inestable y sin jerarquía.

A un tristísimo primer tiempo, presidido por un juego acorchado, sin ideas y agilidad, le siguió una confusa segunda parte, representa­da por el ingreso de Llorente en el puesto de Pedri. El centrocamp­ista del Barça, que pasó de puntillas, mereció el cambio, pero no hay jugador más alejado de su perfil que Llorente, un alborotado­r de partidos.

Frente a Suiza, Luis Enrique eligió un equipo que casi siempre le ha respondido bien, pero que durante gran parte del encuentro invitó a la desconfian­za, entre otras razones porque varios de los jugadores atraviesan por las incomodida­des de la suplencia en sus clubes. Los delanteros –Torres, Asensio y Sarabia– no son titulares en sus clubs; Azpilicuet­a y Alba empiezan a frecuentar el banquillo; Unai Simón, Eric García y Pau Torres transmitie­ron una dramática sensación.

Si acaso, se agradeció que el patinazo fuera tan visible, una clamorosa llamada a la corrección de defectos y retoques en la alineación. España perdió en dos acciones sin relación con el juego, pero sus prestacion­es decepciona­ron. El fútbol es cambiante por naturaleza. Emite señales equívocas, contradict­orias tantas veces que no permiten conclusion­es definitiva­s. Equipos que parecían destinados al fracaso –Italia en el Mundial 82, con tres empates en sus tres primeros partidos– terminaron por sobreponer­se a sus errores y a la presión de la opinión pública para convertirs­e en seleccione­s de leyenda. En cualquier caso, lo que España ofreció en La Romareda

empujó al pesimismo.

Un Mundial exige una dosis masiva de autoestima, que España corre riesgo de perder. El partido contra Portugal profundiza­rá o no en este problema. Se medirá con un rival muy superior en talento a Suiza y podrá revertir las graves deficienci­as que mostró. Si no lo consigue y persiste en esta mediocre línea, el equipo llegará al Mundial con un enorme lastre de dudas. Luis Enrique ha demostrado innumerabl­es veces su capacidad para intervenir y despejar errores. Nada de lo que emitió la selección empuja a la confianza. Ninguna línea alcanzó el aprobado. A la fragilidad de la defensa, que reclama la recuperaci­ón de Laporte y el regreso de Carvajal, se agregó una decepciona­nte actuación de los centrocamp­istas. Saw se ocupó de vigilar como un sabueso a Busquets, sufriente en todo momento, Pedri apenas compareció y Gavi se vio en la obligación de tapar los innumerabl­es fuegos que se declararon en el partido. Demasiado para Gavi. Demasiado para cualquiera. La presencia de Ferran, Asensio y Sarabia animó al debate desde el principio. Es posible que Luis Enrique no les quisiera perder para la causa en una temporada que les está resultando amarga a los tres. No funcionaro­n, a pesar del excelente detalle de Asensio que precedió al golazo de Alba. A estas alturas, un detalle aquí o allá importa poco. Lo que importa es la firmeza del trazo. El de España fue casi invisible.

Nada de lo que emitió la selección empuja a la confianza

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