La Vanguardia (1ª edición)

Cumbres antifascis­tas

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Cuando era pequeño, compartía habitación y estrechece­s con mis dos hermanos, Iván y Dani, y soñábamos desde el papel y la pared. Junto a la litera de arriba, un póster de los Pirineos desde el cabo de Híguer al de Creus y una foto del Cervino nos arropaban cada noche. En una de mis libretas del colegio, una foto del Machapucha­re, probableme­nte la montaña más bonita del mundo, me guiaba hacia mis ídolos de infancia. Queríamos ser Reinhold Messner, Jerzy Kukuczka, Lynn Hill o Walter Bonatti. Nos cautivaba la montaña y la aventura pero también el compromiso de aquellos hombres y mujeres que sentían un respeto profundo por lo que hacían y se atrevieron a diseñar los imposibles de su generación.

–No te fijes en lo que hacen, fíjate en cómo lo hacen, insistía Dani, dos años mayor.

El compromiso como punto de partida. Messner fue el mejor montañero de su época porque escaló con el deseo de permanecer. El 16 de octubre de 1986 a las dos menos cuarto de la tarde, el montañero tirolés alcanzó la cumbre del Lhotse y se convirtió en el primer ser humano en ascender los 14 ochomiles del planeta. Pero su valor radica en el cómo: sin oxígeno y en estilo alpino, a menudo en solitario. Hoy los tiempos han cambiado. El propio alpinista tirolés no tuvo reparos en criticar las ascensione­s a punta de reloj. “Ahora hacerse con los 14 ochomiles –dijo a la revista Oxígeno– no tiene mayor

Messner se negó a permitir que la extrema derecha secuestrar­a la imagen de grandes alpinistas como él

importanci­a. Muchos de estos picos (Everest, Manaslu, los Gasherbrum…) están equipados por los sherpas para que grandes expedicion­es puedan subir sin problemas. No tengo nada en contra de que los senderista­s escalen el Everest por una vía preparada, pero eso no es alpinismo ni aventura; eso es turismo”.

Messner no aparcaba el compromiso en la montaña. Hombre de ideas firmes, defensor del medio ambiente, escritor y fundador de media docena de museos, el montañero italiano combatió desde las cumbres el fascismo. Se negó a permitir que la extrema derecha secuestrar­a la imagen heroica de grandes alpinistas como él y se reivindicó como un tipo normal. En uno de sus libros lo cuenta mejor. “El fascismo trasladó el espíritu guerrero al mundo del alpinismo. Lo idealizó al mismo tiempo que lo banalizó a través del culto al cuerpo. El compromiso, la voluntad y el coraje se convirtier­on en símbolos de una raza superior. La aventura era sinónimo de combate”.

Messner entendía el compromiso como parte indisolubl­e del alpinismo, de la política y de la vida. Pocos llevaron tanta sinceridad a las cumbres más altas. Hoy Italia vota con el fantasma del fascismo sobrevolan­do las urnas. Messner ha dicho varias veces que no se siente italiano sino tirolés, pero el fascismo hoy le tendrá enfrente. Comprometi­do y sin miedo. Como en las montañas: sin importarle si son gigantes.

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