Denuncia, o no habrá manera
y periodistas habían ido a reunirse en aquella sala de la Universidad Menéndez Pelayo, en el palacio de La Magdalena. Desde platea, algunos levantaban la mano, pedían turno.
Un alto responsable policial de la lucha antidopaje decidía reconvenir a los deportistas:
–No sé si alguno de ustedes denunció todo aquello que sabía o había oído. Pero les diré algo: la única manera de limpiar el deporte es desde dentro. Es más difícil infiltrar a alguien en una organización deportiva o en una selección que infiltrarlo en una organización criminal. La denuncia de un compañero deporbargo tista va a favor de todos, incluido el deporte, el país, la marca...
José Luis Terreros, director de la agencia antidopaje, abundaba en la reflexión:
–Casi el 95% de las denuncias que nos llegan son anónimas. El resto traen nombres y apellidos.
Y entre bastidores, otro policia antidopaje contaba a este diario:
–Concretas, concretas, recibimos alrededor de veinte denuncias al año. Cuando hablo de concretas, me refiero a que el deportista que nos llama se identifique. Son pocas, pero cada vez hay más. Cada vez hay más conciencia. Nosotros impartimos cursos y conferencias. Sin em–añade–, los deportistas siguen resistiéndose a denunciar, y eso no deja de sorprendernos.
–¿Y por qué no denuncian? –Vamos a ver, si usted va por la calle y ve que alguien está cometiendo un delito, usted le denunciará, ¿no? Pues en el deporte, salvo en casos muy contados, no es así. No sé si tienen miedo a las consecuencias, a quedarse fuera de un equipo o de un colectivo. En el deporte está instaurada la ley del silencio: se sanciona la figura del chivato, el soplón, el espía... Y también hay dirigentes del deporte que fomentan esa cultura. No sé, tal vez haya que