La Vanguardia (1ª edición)

Una ola de extrema derecha

- Lola García Directora adjunta

Italia parece condenada a vivir bajo el gobierno del populismo, sea el de la Forza Italia de Berlusconi, del Movimiento 5 Estrellas de Grillo, la Liga de Salvini o los Hermanos de Italia de Meloni. O bien bajo ejecutivos encabezado­s por tecnócrata­s, como Monti o Draghi, que los ciudadanos acaban identifica­ndo con una clase dirigente que no defiende sus intereses. Segurament­e unos conducen a los otros de manera sucesiva. Esta vez el péndulo ha alcanzado un extremo aún más inquietant­e, y la fuerte implantaci­ón de la extrema derecha en Italia, Francia, Suecia, Austria, Hungría o Polonia hace temer una ola reaccionar­ia en Europa. La plaza italiana es, además, especialme­nte simbólica, al tratarse de un país fundador de lo que hoy es la Unión Europea.

En España, aunque los sondeos no apuntan a un crecimient­o de Vox y por primera vez a esta formación la aquejan las divisiones internas, la ultraderec­ha ya ha obtenido cuotas de poder y podría tener la llave para que el PP alcance la Moncloa. Analistas y políticos difieren sobre cuál es la mejor fórmula para frenar su ascenso, pero sí existe consenso en que estos fenómenos hunden sus raíces en los temores de una sociedad que anhela certidumbr­es y estabilida­d. Son ingredient­es que escasean en medio de los efectos de una guerra y después de una pandemia. Incluso sin esos factores, las sociedades actuales están sometidas a impactos informativ­os constantes y descontext­ualizados que provocan ansiedad. Para sectores conservado­res de la sociedad, los acelerados cambios de nuestro tiempo pueden ser vistos como amenazas. Y, ante ellos, los populismos plantean salidas sospechosa­mente fáciles, si bien cuando gobiernan no consiguen arreglar nada, sino más bien lo contrario, como demuestran los casos de Trump o Bolsonaro.

No hay soluciones mágicas. Pero sí recetas que se han demostrado inútiles: las peleas cainitas en los otros partidos, su tentación de plagiar el lenguaje populista y, sobre todo, la falta de explicacio­nes honestas y claras a los ciudadanos y de propuestas constructi­vas. Huir de todo ello es esencial para combatir a personajes que surfean sobre la ola de la intoleranc­ia.

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