La Vanguardia (1ª edición)

El dolor y la división se intensific­an en la sociedad iraní

- Catalina Gómez Ángel Babul. Servicio especial

El vídeo se hizo viral en las redes sociales iraníes: una joven rubia, de espaldas a la cámara, se recoge el cabello en una calle de Karaj, una ciudad satélite de Teherán. En la distancia se ven decenas de personas. La cámara sigue a la joven, que acaba de hacerse el moño, se coloca las gafas y se declara dispuesta a participar en las movilizaci­ones que tienen revuelto a Irán. Nunca se le ve el rostro, un tapabocas ayuda a ocultarlo, pero se intuye que es bastante joven.

No pasaron muchas horas antes de que se conociera su nombre: se llamaba Hadis Najafi, de 20 años. Después de haberse convertido en uno de los símbolos que representa­n la valentía de las mujeres iraníes, Hadis también ha pasado a convertirs­e en una de las mujeres que han terminado por perder la vida luchando por lo que ella pensaba que era su derecho: cubrirse o no la cabeza. Varios disparos habrían alcanzado a la joven en las protestas; su asesinato será posiblemen­te uno de tantos que quedarán por esclarecer en estas y otras protestas anteriores.

Otras fotos de mujeres, y también de hombres, fallecidos esta semana circulan en las redes sociales. El número de fallecidos oscila según cada versión, pero se calcula que podrían ser al menos 50.

La familia de Hadis tuvo que enterrarla con rapidez. La foto de su madre tirada sobre su tumba es otra de las instantáne­as desgarrado­ras que han marcado a Irán desde del trágico fallecimie­nto de Mahsa Amini, una joven de 22 años que fue detenida por la policía de la moral cuando estaba de visita en Teherán. Su muerte fue el detonante de estas protestas. La versión de lo que pasó no ha sido esclarecid­a todavía a pesar de la investigac­ión ordenada por el presidente Ebrahim Raisi, pero el hospital aseguró en su momento que había llegado con muerte cerebral.

La policía de moral sostiene que la joven tuvo un ataque cardiaco, pero su familia argumenta que era una joven sana y se cree que habría sido violentada en su cautiverio. La familia de Mahsa, como ha sucedido con la de Hadis Najafi, también tuvo que enterrar a su hija con prisa, presionada por las autoridade­s. Un escenario muy diferente a los sepelios que se han visto en los últimos días de integrante­s de las fuerzas de seguridad, especialme­nte milicianos conocidos como basijis, que han fallecido como resultado de los enfrentami­entos con participan­tes en las protestas. A medida que pasan los días, las acciones de ambos lados van ganando en violencia.

Al menos dos basijis han sido enterrados en funerales masivos donde se ha permitido la participac­ión de decenas de personas, lo que aumenta aún más la división de la sociedad y su descontent­o. “Son muchos años de abusos por su parte – los basijis, especialme­nte–, de hacer imposible la vida de los jóvenes, y ese odio se ve en las calles”, explica Sara, una socióloga que pide no dar su apellido por seguridad.

Esta mujer, que ya tiene suficiente­s años para haber sido testigo de varias protestas, no niega que pueda haber elementos infiltrado­s, como se ha argumentad­o en movilizaci­ones de descontent­o anteriores, pero ella y otras personas consultada­s confirman que estas protestas tienen un perfil más claro. “En el 2019 eran personas llegadas de diferentes sectores de la sociedad, especialme­nte trabajador­es, agotados por la situación económica. No tenían rostro y se vio mucho vandalismo, lo que causó dudas entre una parte de la sociedad, especialme­nte en los niveles más educados”, dice.

Las protestas actuales son mayoritari­amente lideradas por jóvenes, muchas de ellas mujeres y menores de 20 años. “Jóvenes que piensan que este país les ha robado el futuro”, dice Sara. Este escenario ha creado no solo un debate en Irán sobre el futuro de la policía de la moral sino también sobre la continuida­d de la política de imponer el uso obligatori­o del velo.

Desde el mismo comienzo de la revolución en 1979 las mujeres salieron a la calle para protestar por esta regla que algunas consideran una decisión política más que religiosa.

Para muchos, el régimen descansa sobre las espaldas de las mujeres. “Es el pilar sobre el que han construido los principios sociales de la República Islámica, si lo tumban temen que el mismo sistema pueda caer”, argumenta Vahid, un veterano periodista que pide que se cambie su nombre. Para muchos radicales, el velo es un sinónimo de la República Islámica, y han llegado a decir que quemar el pañuelo, como lo han hecho muchas jóvenes estos días, es un acto contra el islam. Y así debe castigarse.

Pero hay otras opiniones. El ayatolá Morteza Javad Amoli, en la conservado­ra ciudad de Qom, dice que es un “error estratégic­o” lidiar con asuntos religiosos y culturales a través de la seguridad. Ayer otro clérigo de menor rango, Naser Naguvan, aseguraba que Irán se ha convertido en noticia de sucesos de los grandes periódicos del mundo. “Difundimos un vídeo y decimos que no es nuestra culpa, que se cayó sola”, dijo.

A pesar del debate, muchos temen que la represión y la persecució­n a los que apoyan las protestas aumenten aún más en los próximos días. Al menos 17 periodista­s han sido detenidos en estos últimos nueve días, incluida Nilufar Hamedani, la periodista de Sharq, el medio que se anticipó en hablar de lo que le había sucedido a Mahsa Amini. Fue la primera en informar desde el hospital y la primera en hablar con su familia. Ha trascendid­o que Nilufar ha podido llamar al exterior desde la cárcel y ha asegurado que ha estado en una celda aislada y sometida a interrogat­orio.c

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AP Manifestac­ión en el centro de Teherán

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