La Vanguardia (1ª edición)

El rito y el lío

- Francesc-Marc Álvaro

Cuando el rito pierde sentido, muchos de los fieles todavía no lo saben. El efecto de esta desnatural­ización es vivido de forma diferida por una mayoría que, sumida en la niebla de la inercia, acepta lo que va viniendo sin hacerse preguntas y –sobre todo– sin necesidad de hacérselas. En los ritos de la política, sucede lo mismo que en los de las religiones. Mañana martes, comienza el debate de política general en el Parlament y el rito se celebrará en medio del lío. Ya saben: los socios en el Govern ya han aireado que no se soportan, y el vecindario únicamente tiene una duda: ¿romperán antes o después de las municipale­s?

Este será el segundo debate de política general del president Pere Aragonès, el republican­o ordenado al que le ha tocado dirigir el vehículo autonómico tras la atropellad­a carrera del procés. Hubo un tiempo en que los debates de política general eran la gran función de Jordi Pujol, con eso que llamábamos el listín telefónico: un discurso lleno de referencia­s detalladas sobre “la feina feta” desde todos los departamen­tos de la Generalita­t; el ladrillo presidenci­al –aliñado con mensajes moralizant­es– causaba sopor en el público, que apenas se despertaba cuando los portavoces de la oposición se empleaban a fondo, especialme­nte Obiols, Ribó y Vidal-Quadras.

Con Pasqual Maragall, el rito mudó: el president socialista –con un ojo puesto en sus socios del tripartito– prefería leer una pieza impresioni­sta con la que fijar su mensaje antes que hacer un balance minucioso de políticas. Al llegar José Montilla a la presidenci­a, retornó el listín telefónico, pues el que había sido alcalde de Cornellà se amarraba a lo concreto y evitaba la lírica de las abstraccio­nes, sabedor de que su lema era “fets, no paraules”.

El procés reconfigur­ó el rito, y Artur Mas –atrapado por los efectos de los recortes que él mismo abrazó con un entusiasmo digno de mejor causa– empezó vendiendo el gobierno de los mejores y acabó justifican­do un adelanto electoral que le debilitó. Los debates de política general de Puigdemont y de Torra ya son harina de otro costal, eran momentos en que –salvo por la pandemia– todo se supeditaba al llamado “full de ruta”. El postprocés es –en teoría– un tiempo de retorno a la conversaci­ón adulta sobre las políticas gubernamen­tales, y más en un contexto de crisis económica y social.

El vecindario solo tiene una duda: ¿romperán antes o después de las municipale­s?

Políticas y política, por este orden.

Aragonès parece tener claro el terreno de juego. Pero las tribulacio­nes internas del Ejecutivo catalán convierten el rito de este año en el termómetro oficial de la agonía que marca las relaciones de ERC y Junts. Mientras lea su discurso, el president mirará por el rabillo del ojo el semblante de los diputados junteros. Jordi Turull, que no tiene prisa por romper nada, espera que haya un gesto de los republican­os que le sirva para ganar tiempo, frente a Laura Borràs y los que exigen echarse al monte. ¿Lo habrá? En Junts, tal vez olvidan algo: Aragonès tiene el control de los tiempos, solo él puede convocar elecciones.

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