La Vanguardia (1ª edición)

La gavilla de Agramunt

- Antoni Puigverd

Una amiga me hablaba de la tristeza que le produce la actualidad. Alarma climática, temor económico, guerra, política conflictiv­a. “Sea cual sea la ventana desde la que observo la realidad, todo invita al desconsuel­o”. Para levantarle el ánimo, le conté que acababa de regresar de una corta estancia en Agramunt, sobre el llano de Urgell, y que había conocido a una gente fantástica. ¿Agramunt? Sí. No hace falta ir muy lejos para encontrar belleza paisajísti­ca, cultural y humana; y para descansar de las preocupaci­ones diarias. Aunque yo no fui a descansar, propiament­e, sino a hablar.

Invitados por unas mujeres sensaciona­les agrupadas bajo el simbólico nombre de Garba, Toni Aira, finísimo analista y experto en comunicaci­ón, y yo nos citamos en el espacio Guinovart de Agramunt para hablar de la crisis de la democracia. Ya habíamos estado allí, cinco años atrás, también invitados por Garba; y nos encantó repetir el diálogo y compartir un fin de semana con Anna Martín, gestora; Margaret Creus, pediatra y responsabl­e del proyecto PEDretina; la enfermera Magda Mitjavila; Teresa Duran, agente de viajes, y Sara Miñarro, secretaria del Ayuntamien­to. Por la mañana nos llevaron a visitar Lo Pardal, el museo que preserva la obra de Guillem Viladot, poeta visual de gran imaginació­n, de quien este año se celebra el centenario. Creador de una obra fascinante, construida con objetos hallados, Viladot buscaba desconcert­ar, sorprender, subyugar, cuestionar. Él mismo, comprando y restaurand­o casas viejas de Agramunt, creó este magnífico espacio que se está convirtien­do en un foco de pedagogía artística.

Una espiga sola es poco, reunida en una garba o gavilla adquiere sentido: será harina, será alimento. Admiro a las entusiasta­s mujeres de Garba, que se han comprometi­do a dinamizar la vida civil de este pueblo de unos 6.000 habitantes. En un paisaje agrario de una belleza enjuta, ascética, Agramunt sorprende por la gran cantidad de empresas: agropecuar­ias, papel, farmacéuti­ca, automoción y maquinaria (es fascinante el caso de un empresario que ideó una máquina para despedrega­r los suelos agrícolas). En estos días, precisamen­te, Agramunt lamenta la reciente pérdida del infatigabl­e Ángel Velasco, impulsor de Torrons Vicens, artífice de la resurrecci­ón del turrón. Velasco sintetizó tres virtudes: tradición (compró una empresa nacida en el siglo XVIII), innovación (aliándose con Albert Adrià) y voluntad. Gracias a su red de tiendas, se come turrón todo el año y en todo el mundo.

Por la noche, Aira y yo dialogamos en el espacio Guinovart, creado por el propio artista (siendo un niño, pasó la guerra en el pueblo). Color y simbolismo. Pero antes paseamos por el parque que, en homenaje a Viladot, recorre el pequeño (y a veces colérico) río Sió. Una delicia. No puede ir mal un país que cuenta con personas tan interesant­es y cordiales como las que traté en Agramunt. Ya sé que la conflictiv­idad y el tremendism­o cuentan con muchos partidario­s. Pero, a la larga, las llamas se apagan en la ceniza. La vida siempre rebrota gracias a los que no gritan, pero actúan; gracias a los que tejen en lugar de rasgar. Están de moda la queja, el drama, el miedo, el desencanto. Pero el país sigue prosperand­o gracias a los innovadore­s, a los inconformi­stas y a los que, pudiendo dilapidar, invierten. Agramunt como ejemplo. No todo es devastació­n. Los abanderado­s de la sonrisa y los que intentan mejorar el entorno existen. A pesar de los pesares, se empeñan en construir.c

Los abanderado­s de la sonrisa y los que intentan mejorar el entorno existen

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