Reclutas o desertores

No hay peor enemigo que el que está entre tus filas. El infiltrado, el germen de disidente o el decepcionado. El combo de “enemigos internos” de Putin ha empezado a desperezarse definitivamente y a alzar el vuelo. No metafóricamente. En cuanto el gobernante anunció su intención de reclutar ciudadanos por doquier camino de la trinchera se agotaron las reservas de billetes de “vuelos salvadores” lejos de tierra rusa. También aumentaron desproporcionadamente búsquedas absurdas y surrealistas del estilo “cómo romperse un brazo”.

Huir o lesionarse, las dos primeras ideas que pasaron por la cabeza de tantos jóvenes rusos ante la amenaza de Vladímir Putin, que advirtió con su cara de mármol de Carrara: “No voy de farol”.

Durante la Primera Guerra Mundial, de 73.000 voluntarios inscritos en el registro se pasó a 10 millones en 1918 y a 24 miHoy llones al año siguiente. Hay fotos de grupos de jóvenes neoyorquinos orgullosos de afiliarse. De ellos se escogieron tres millones. Les sobraba gente con ganas de dar su sangre por la patria.

no cotiza dar la vida por la patria. Llegado el día, en nuestro país, tendríamos colas de voluntarios, pero de voluntarios desertores. ¿Qué argumento podría convencer a alguno de nuestros hijos para incorporarse a filas si ni siquiera tienen articulado su discurso político o ideológico? Ya la valentía no se les supone, ¡y menos mal!, pienso.

La necesidad de cuerpos, el efecto llamada, siempre generó toda una liturgia que invade lo artístico. Un ejercicio propicio estos días es repasar los carteles de guerra, de tantas guerras, llamando a filas a adolescentes, prometiéndoles el paraíso y el honor infinito, imágenes engañosas.

¿Qué ocurriría si, llegado el caso, un ciudadano español se negara a ir a la guerra? Hasta ahora, según cita el artículo 199 del Código Penal Militar, “la ausencia, pasadas las 24 horas, será castigada con la pena de prisión de tres a diez años”. Ignoro si ya han revisado el artículo.c