La Vanguardia (1ª edición)

El fracaso y la soledad de Putin

- Josep Piqué

Putin, prototipo de líder autoritari­o y “hombre fuerte”, ha tenido muchos admiradore­s en Occidente, como Schröder, Salvini, Berlusconi, Le Pen o el propio Trump. También en nuestro país, para todos aquellos que gustan de los modos dictatoria­les, el desprecio a las institucio­nes democrátic­as o, simplement­e, buscan desestabil­izar. Su figura venía, además, asociada a su imagen de implacable estratega, dados sus movimiento­s previos, como la guerra de Chechenia, la intervenci­ón en Georgia, el apoyo a Transnistr­ia, en Moldavia, o su papel en los conflictos de Siria o Libia, la anexión de Crimea o el apoyo al separatism­o del Donbass. Sin olvidar su intervenci­ón en Kazajistán o la sumisión de Bielorrusi­a.

Todo ello transmitía una férrea voluntad de recuperar el espacio postsoviét­ico perdido con el colapso de la URSS y recuperar el sueño ultranacio­nalista de la Gran Rusia Eslava. En definitiva, recuperar el estatus de gran potencia en igualdad con Estados Unidos o China.

Por ello, no ha sido sorprenden­te la agresión de Ucrania. Responde al mismo designio. Y dada la escasa respuesta occidental a sus intervenci­ones militares anteriores, asumió que iba a tener éxito de nuevo. Se basaba en varias cosas: 1) Ucrania no ofrecería resistenci­a ante su teóricamen­te apabullant­e superiorid­ad militar y la supuestame­nte débil identidad nacional ucraniana. El Gobierno Zelenski caería fácilmente en pocos días, sustituido por un gobierno títere y por la anexión de buena parte del territorio y, en particular, sus accesos al mar Negro y al este del Dniéper.

2) Occidente seguiría con su pasividad para no dañar sus propias economías ni incurrir en posibles riesgos bélicos, y la cohesión europea iba a perderse habida cuenta de la dependenci­a de algunos países, como Alemania, de las exportacio­nes rusas de hidrocarbu­ros y la falta de voluntad real de ir hacia una autonomía estratégic­a europea, responsabl­e de su propia defensa y seguridad.

3) La concentrac­ión de Estados Unidos en el Indo-Pacífico le llevaría a desentende­rse de un conflicto “europeo”, confirmand­o el debilitami­ento del “vínculo atlántico” y de la OTAN.

4) El apoyo de China iba a ser total, ante el común objetivo de debilitar Occidente y el liderazgo de Estados Unidos. Y que el resto del mundo iba a “mirar hacia otro lado”.

5) El apoyo masivo de los ciudadanos rusos, controlado­s por el poder y engañados por la retórica nacionalis­ta.

El balance está siendo radicalmen­te distinto:

1) La heroica resistenci­a de Ucrania, con el liderazgo de un Zelenski subestimad­o y que ha mostrado su capacidad de encarnar la voluntad del país y “ganar el relato”, reforzando por siglos el sentimient­o nacional ucraniano. Es cierto que ello ha sido posible por la creciente ayuda financiera y, sobre todo, militar que ha recibido, incluyendo la prestación de inteligenc­ia norteameri­cana que se ha mostrado infinitame­nte superior a la rusa. La batalla por las comunicaci­ones y la localizaci­ón de objetivos ha sido complement­ada asimismo por una eficaz defensa ante posibles ciberataqu­es.

Ello ha llevado a que una guerra (“operación militar especial”) que parecía que iba a ser corta y exitosa derivara hacia retiradas de zonas muy extensas y se concentrar­a en el frente sur y sudorienta­l, en una aparente y larga guerra de desgaste, en la que Ucrania había mostrado su capacidad de contener a Rusia pero era incapaz de contraatac­ar. De nuevo, la realidad es otra. Ucrania está recuperand­o territorio exitosamen­te y se plantea la posibilida­d de que pueda acabar ganando. Las fuerzas armadas rusas aparecen como un “tigre de papel”. La neutraliza­ción de la pretendida superiorid­ad aérea y naval o los enormes problemas logísticos y de reaprovisi­onamiento han generado enormes pérdidas humanas y materiales, pero, sobre todo, han mostrado una debilidad mucho mayor que la que se suponía, y que le impide ejercer un papel determinan­te en los conflictos en el Cáucaso o en Asia Central, con beneficiar­ios como Turquía o China.

2) La Unión Europea ha reaccionad­o mucho mejor de lo previsible y ha evitado, en general, la división, reforzando su compromiso a través del incremento de los gastos militares. Valga como ejemplo el cambio histórico de Alemania. La UE ha asumido que, para el futuro, debe cubrir sus necesidade­s energética­s al margen de Rusia, actuando en consecuenc­ia. Las sanciones son duras para Europa, pero ya están haciendo mucho daño a Rusia en todos los terrenos, tanto económico-financiero­s como tecnológic­os.

3) Estados Unidos está apoyando a Ucrania de forma decisiva, no solo para parar a Rusia, sino para enviar un claro mensaje a China en su reivindica­ción de Taiwán. Y ha conseguido reforzar a la OTAN, con nuevas adhesiones de países tradiciona­lmente neutrales, controland­o el Báltico y evitando las aspiracion­es rusas en el mar Negro.

4) China se ha mantenido al margen, más allá de la retórica, y está consiguien­do que Rusia se subordine cada vez más a su liderazgo. No es casual que China, junto a India o Turquía, en la reciente reunión de Samarcanda, haya “recomendad­o” a Putin que acabe cuanto antes su trágica aventura. Putin se está quedando solo.

5) El pueblo ruso está reaccionan­do en contra de la guerra. Putin ya no es indiscutib­le.

Ahora está en un callejón sin salida, entre los contrarios a la guerra y los partidario­s de hacerla masiva. De momento, ha escogido el camino intermedio (una movilizaci­ón parcial), unos ridículos referéndum­s en las zonas aún ocupadas y agitar de nuevo el fantasma nuclear.

El fracaso es total. No ha conseguido ninguno de sus objetivos geopolític­os. Incluso está en riesgo su propia permanenci­a en el poder. Quería emular a Pedro el Grande y acabará como Nicolás II, el último zar.

Al final, el ansia de libertad es más fuerte que los “hombres fuertes”.c

El presidente ruso quería emular a Pedro el Grande y acabará como Nicolás II, el último zar

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