Camino musical con un ojo en la escena
La Biennale de Venecia revierte el asedio durante años de vanguardias ya caducas
Recuperación de lugares, miradas al gran pasado monteverdiano y polifónico, un cierto “retorno”... La historia del arte alterna entre ruptura y orden en épocas sucesivas. La Biennale de Venezia avanza en su búsqueda de propuestas actuales de la creación musical mundial en un marco que invita a la reflexión. Y, dicen, quiere emocionar; algo que al arte actual le cuesta asumir dado su distanciamiento. Catalunya tiene al menos tres muy buenos exponentes en este terreno: García Tomás, Vivancos y Magrané.
El objetivo, nuevas formas de coincidencia de las artes, eso que llamamos ópera o escena musical en la historia. En este camino de búsqueda tres propuestas llamaron la atención y otra (día 22), la de Paolo Buonvino, desvirtuó el nivel del festival, con un mal símil de Nyman. La más importante, Visions, en la imponente basílica de San Marco el día 21, encargo de la casa a la compositora estoniana Helena Tulve. Una obra con coros, solistas vocales e instrumentos diversos (antiguos, actuales, experimentales), escrita a partir de una versión dada a conocer por Giulio Cattin en los años noventa de los manuscritos del drama litúrgico veneciano de Santa María de la Fava.
Tulve reescribió una música con influencia de Arvo Pärt que asumió una “representación sonora espacial” con varios grupos instrumentales rodeando la nave central, dos coros móviles en el crucero (Vox Clamantis y Capella Marciana) y solistas vocales. En realidad “versión concierto” de un drama litúrgico que es teatro, con música muy sensible, apoyada en voces altas, diálogos con solistas, de amplia gama polifónica y recursos modales que emocionó al público. El texto es un recurso para cantar, no perceptible en la complejidad del espacio que no deja ver su estructura dramática, aunque refuerza la belleza abstracta de lo audible.
Si Visions se basa en músicas litúrgicas antiguas, la propuesta del día 20 fue inspirada en fuentes indígenas mohicanas, una experiencia teatral del prestigioso Shenandoah Conservatory que quiere mostrar el lado sonoro de sus rituales con traslación a coro y recursos occidentales de un buen acervo rítmico y melódico. Rememoran las mareas de su río y la madre tierra con fuerte acento en la recuperación –a través del arte– de una cultura local asediada por la imposición colonial, en una versión solo de concierto.
Teatro musical, sí esta vez, como reunión de artes es The book of water (se vio en el Teatro Goldoni) del compositor Michel van der Aa (1970), que interrelaciona con gran talento filme, actor en escena y cuarteto de cuerdas con lenguaje musical. Lo apoya una trama dramática bien tejida, excelentes actores y alguna concesión melódica a la nostalgia que alude a la soledad de un hombre mayor asediado por la pérdida de memoria y la lluvia monótona.
Buen camino, ante el asedio durante años de vanguardias ya caducas.c
arte y artes
Juan Bufill
Marguerite Duras (1914-1996) protagoniza la muestra que tiene lugar en la Virreina hasta el 2 de octubre, comisariada por Valentín Roma. Es la primera que recorre el conjunto de su obra cinematográfica, literaria y televisiva –esta última poco conocida–, con escalas en su biografía, su activismo progresista, anticolonialista y feminista, su teatro y su obra periodística. No hay que perdérsela y conviene dedicarle varias visitas. Sólo es una pena que no se haya editado un libro sobre esta generosa exposición y que la selección no incluya –así lo creía también Duras, en 1977– su máximo acierto cinematográfico: el díptico compuesto por India Song (1975) y por su consecuencia espectral, Son nom de Venise dans Calcutta désert