La Vanguardia (1ª edición)

El señor Busquets

- Sergi Pàmies

La meteorolog­ía culé sufre episodios de lluvias ácidas. Primero, con Messi, que a rebufo de informacio­nes basadas en presuncion­es, nos muestra su lado más oscuro, ávido de dólares y caprichos de diva ególatra, asesorado por híbridos de Gargamel, el Tio Gilito y Vito Corleone. La intención quizá es que lo acabamos odiando pero, ¿no habíamos quedado que había que separar la obra del artista? Segundo: Piqué, al que se ataca desde varios frentes en coherencia con una personalid­ad diversa y polivalent­e. Las lesiones de Koundé y de Araújo le acabarán dando la razón y volverá a ser titular, ahora con la sospecha de haberse enriquecid­o con métodos de atracador. Jordi Alba también figura en las estadístic­as del barro, por razones que, tangencial­mente, conectan con las afirmacion­es del cantante Alizzz. El cantante hace un diagnóstic­o de las puertas giratorias de la integració­n con argumentos ancestrale­s actualizad­os por una producción aparatosa y un orgullo con denominaci­ón de origen Castefa. Neymar, en cambio, no nos da ninguna pena. Es víctima de una jerarquía de honores autoprocla­mada, sin ética sentimenta­l.

¿Y Busquets? Es quien más ha contribuid­o al éxito de los demás. Si existiera un culerómetr­o para cuantifica­r la densidad de barcelonis­mo en sangre, lo reventaría. Es la pieza clave del mejor Barça y la mejor selección española de la historia, una coincidenc­ia que, incluso para un aficionado obtuso, no debería parecer casual. Mediáticam­ente, “no da juego” ni alimenta las capillitas, los mayoristas de purines de las redes o los palanganer­os de compulsión filtradora. Sin estridenci­as, Busquets se afirma desde un orgullo que depende de una desconfian­za intuitiva por todo lo que rodea el negocio. No sé si, a estas alturas, ya ha aparecido en alguna lista de monstruos pero es lo suficiente­mente sabio para no renovar y concluir su carrera de éxitos en las quimbambas.

La distancia le ahorrará sufrimient­os. Porque Busquets es de los que sufre y no entiende la voracidad ciclotímic­a de los medios, ni de la grada de animación orquestada ni de la gradería del Camp Nou. Rectifico: solo lo entiende cuando se emociona, que es su manera de entender las cosas en un contexto en el que tu afición manifiesta un criterio de afectos singular cuando corea el nombre de los jugadores que casi nunca lo incluye a él (hay precedente­s: el Camp Nou coreó mucho más a Neeskens y Larsson que –“no hace falta decir nada más”– a Sotil y Eto’o).

La transición del falso escándalo sobre Vinícius y los cánticos racistas en el Metropolit­ano a la porquería culé que ha emergido esta semana tampoco debe ser casual. Aquí la paranoia y el victimismo no sirven para interpreta­r la realidad, que nos devuelve al pasado cuando, a causa de

Que el Camp Nou haya coreado tan poco el nombre de Busquets es un síntoma

ylas seleccione­s, nuestros jugadores vuelven lesionados. Es una vieja historia que volveremos a manosear sabiendo que, más allá de los aspaviento­s, no habrá consecuenc­ias tangibles. Sin fútbol de Liga, queda la selección, que una parte de los medios catalanes menospreci­an, y la efervescen­cia de pequeños escándalos que, convenient­emente hipertrofi­ados, engañan el hambre. Contra la perversión retroactiv­a de la memoria, viajo hacia el pasado: busco en YouTube jugadas de Messi, Piqué, Alba y Busquets y recuerdo por qué les hemos querido tanto.

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Alex Caparros / Ge Sergio Busquets durante el partido España-Suiza del pasado sábado

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