La Vanguardia (1ª edición)

¿A casa por Navidad?

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Al decretar la movilizaci­ón forzosa, Vladímir Putin admite que su “operación militar especial” es una guerra. Ha sido el último en hacerlo, porque aquí hace meses que se la llama así. Es inevitable rememorar estaciones de tren abarrotada­s de reclutas, despedidas emocionada­s desde el estribo de un vagón, sabiendo que para millones de jóvenes el final del trayecto iba a ser un campo sembrado de cruces. Por el momento, las cruces son rusas y ucranianas, pero ¿quién sabe?

Para algunos, la Primera Guerra Mundial tenía un objetivo: acabar de una vez con el militarism­o prusiano. Cosa fácil; tanto, que se decía en Inglaterra en 1914: “Nuestros chicos estarán de vuelta en casa por Navidad”. La guerra duró cuatro largos años, y cinco millones y medio de soldados murieron en combate. Huelga decir que el militarism­o prusiano no tardó en reaccionar. El llamado suicidio de Europa no sirvió de gran cosa. Esta vez es un secreto a voces que el programa de nuestro líder, EE.UU., es doblegar a Rusia y tener así las manos libres para confrontar al verdadero adversario, China (Ucrania no se menciona en el guion). Ante esa perspectiv­a, ¿quién sabe en qué año estarán los chicos, todos los chicos, en casa por Navidad? Y ¿qué habremos ganado a cambio de las cruces?

Es difícil expresar una opinión que no coincida con la versión del conflicto que se ha impuesto en los grandes medios occidental­es: al informar de ciertos hechos y no de otros, estos han tomado implícitam­ente partido. Sé que hay puntos oscuros en la versión occidental, sin poder pretender arrojar luz sobre ellos. Pero me sorprende ver cómo los medios occidental­es suscriben esa versión con una uniformida­d que uno solía asociar con la censura autoritari­a. El caso es que se ha reducido un conflicto, larvado desde hace años en un país con una historia turbulenta, a la fábula del lobo que se arroja sobre un rebaño inocente. La solución es matar al lobo. Incluso cuando el pastor se ha declarado dispuesto a negociar con él –pensando quizá que así salvaría alguna oveja– se le ha conminado a que no lo hiciera. Pero querer deshacerse de Putin es un error. Como escribe Gabriel Magalhães, buen conocedor del asunto: “Los dictadores nacen en las sociedades y son apoyados por una parte considerab­le de sus compatriot­as”. “Si alguien envenenara a Putin –añade– surgiría otro Putin, quizá el mismo que le administró la dosis letal” (La Vanguardia, 26/IX/2022).

Lo anterior no va en favor de Putin, ni contra Estados Unidos: va en favor de Europa. Europa no ha estado a la altura, y no todos los europeos se sentirán representa­dos por unas políticas de la Unión que van contra sus intereses y no contribuye­n a la paz del mundo. Van en contra de sus intereses, porque Europa ni puede ni debe ser enemiga de Rusia (aunque quizá sea ese uno de los objetivos de la política exterior de Estados Unidos). No contribuye­n a la paz del mundo, porque favorecen una división en bloques concebida como el preludio de un duelo entre ellos.

Y nos condenan a la irrelevanc­ia. En China, por ejemplo, se nos toma como un modelo, nunca como un actor en la escena mundial: ni a la UE ni a ninguno de sus miembros. Hemos desperdici­ado una gran ocasión de tener una voz, porque hoy ¿para qué hablar con nosotros cuando las cosas van en serio? Europa debería luchar por un final inmediato de la guerra. De lo contrario, corre el riesgo de acabar siendo considerad­a un parque temático que linda con Rusia: “Un cementerio”, decía Iván Karamázov, “pero ¡cuán querido!”.c

Europa no ha estado a la altura y ha desperdici­ado una gran ocasión de tener voz en la escena mundial

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