La Vanguardia (1ª edición)

El arte abstracto español sostiene la mirada a Pollock

La Pedrera pone a dialogar obras del Museo de Cuenca con gigantes internacio­nales

- Teresa Sesé

Nada más instalarse en España, en 1961, el pintor de origen filipino Fernando Zóbel (Manila, 1924-Roma, 1984) se propuso crear una colección de arte abstracto español. Creía que estaba a la altura de lo que se hacía en otros sitios, y, de hecho, Tàpies, Oteiza, Chillida, Feito o Saura, ya triunfaban en bienales y grandes exposicion­es internacio­nales. Pero su proyección era aquí más bien escasa y sus mejores obras se marchaban al extranjero.

Nacía así el germen del Museo de Arte Abstracto de Cuenca, una aventura artística para la que contó con la complicida­d de Gustavo Torner y Gerardo Rueda y que solo cinco años más tarde se hacía realidad en las Casas Colgadas, un oasis en la España gris y triste del franquismo. Al año siguiente, en 1967, ocupaba tres páginas del Times y merecía los elogios entusiasta­s del director del

MoMA Alfred Barr: “El más bello pequeño museo del mundo”. Mientras tanto, aquí, “Fraga Iribarne, que por aquel entonces era ministro de Informació­n y Turismo, ni siquiera se había enterado del proyecto”, ilustra Manuel Fontán del Junco, director de museos y exposicion­es de la Fundación Juan March, a quien Zóbel donó su colección.

Una exquisita selección de sus fondos -actualment­e el museo de Cuenca está parcialmen­te cerrado por obras de climatizac­ión– ha viajado hasta La Pedrera para una vibrante exposición -Zóbel estaría encantado– en la que Tàpies, Millares, Antonio Saura, Antonio Lorenzo, Eusebio Sempere, Albert Ràfols-Casamada o Joan Hernández Pijuan sostienen la mirada a Jean Dubuffet, Pollock, Lee Krasner, Nicolas de Stäel, Alexander Calder o Mark Rothko. En total, Los caminos de la abstracció­n, 1957-1978. Diálogos con el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca reúne setenta obras, algunas de ellas llegadas de museos como el Pompidou o coleccione­s particular­es

“Por su calidad rivaliza con sus coetáneos pero no forma parte aún de la conversaci­ón internacio­nal”

como la del hijo de Pollock, que ha prestado el cuadro que cierra la muestra.

Fontán del Junco, y los también comisarios Marga Viza y Sergi Plans han querido incluir el fragmento de una carta que Mark Rothko y Adolph Gottlieb enviaron en 1943 al editor del New York Times tras recibir una dura crítica por parte de uno de sus columnista­s: “Ningún conjunto de notas puede explicar nuestros cuadros. La explicació­n debe surgir de la experienci­a consumada entre el cuadro y el espectador. La apreciació­n del arte es un auténtico matrimonio entre dos mentes. Y en arte, como en el matrimonio, la no consumació­n es causa de nulidad”.

La imponente escultura Abesti gogorra IV de Chillida es el punto de partida de un estimulant­e viaje lleno de caminos cruzados, con calas en el informalis­mo europeo, la abstracció­n geométrica, el expresioni­smo abstracto, el arte óptico cinético o la pintura de campos de color. Luego el proyecto saltará a Alemania y EE.UU. “Existe todavía una anomalía respecto al arte abstracto español. Por su calidad rivaliza con sus contemporá­neos pero todavía no forma parte de la conversaci­ón internacio­nal”, admite Javier Gomá, director de la Fundación

March, que confía que exposicion­es como esta aceleren su normalizac­ión. En Barcelona, desde La Pedrera se expandirá por otros centros como el Liceu, la Filmoteca, Foto Colectania, Biblioteca de Catalunya, la Tàpies, la Esmuc o la Suñol, que acoge Memorias cruzadas, un nuevo diálogo entre las dos coleccione­s con aportacion­es de siete artistas contemporá­neos.c

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Mar Espinosa Imagen de la exposición Los caminos de la abstracció­n en La Pedrera

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