La Vanguardia (1ª edición)

El gran subrayador

- Julià Guillamon

iaje de ida y vuelta a Madrid, un montón de horas de tren. Con el tiempo justo para llegar a la estación selecciono un libro para leer por el camino y, cuando ya estoy en mi asiento, me doy cuenta, con contraried­ad, que no lo puedo subrayar. No es una primera edición, pero es un volumen de 1962, con sobrecubie­rta original, y me sabe mal garabatear­lo. A menudo me procuro ediciones baratas de los clásicos para poder subrayar a gusto. A veces vuelvo a leer un libro que ya había leído y subrayado hace tiempo y me da risa ver –en el mismo instante en que escribo en el margen “Sr. Esteve” (porque uno de los personajes me recuerda al señor Esteve de Rusiñol)–, que hace diez o quince años, al leer el mismo fragmento ya tuve esa impresión y que también apunté “Sr. Esteve”. Soy un tipo de ideas fijas.

Subrayo los libros, diría yo, para acompañar físicament­e la aceleració­n que me provoca la lectura. Contrariam­ente a lo que la gente dice que le pasa, leer no me relaja en absoluto. Al contrario. O bien porque lo que leo me gusta o porque no me gusta nada, leer me excita y me hace estar en tensión. Si tengo un lápiz en la mano me ablando un poco. Llevó un sacapuntas y tres o cuatro trozos de lápiz en el bolsillo, y me paso el rato marcando, afilando y volviendo a marcar. Subrayo palabras y líneas enteras, destaco con un círculo palabras que no conocía, que no recordaba que existían o que conozco y no acostumbro a utilizar. A veces las transcribo en un costado. Una temporada, que me dio por traducir al catalán viejos artículos de crítica, leí a Ruyra de arriba a abajo anotando, en las páginas blancas del final de la obra completa, maneras de decir que pudiera incorporar. Apuntaba: “bergant” “tarambana”, “calaverada”, “bonys de l’ànima”. Lo hice también con Sagarra. De este modo me fui apropiando de expresione­s genuinas como “per marcar amb pedra blanca” (cuando es algo muy bueno) o un final “que tanca de cop” (con un portazo). Últimament­e he incorporad­o –vía Pla– “tenir molt de vent a la flauta”, en el sentido de ser un veleta.

Es diferente si subrayo para mí o para escribir una crítica. Cuando lo hago para mí tengo la ilusión que me ayudará a recordar y a saber. O que, al menos, cuando vuelva a coger el libro, los subrayados serán el rastro de migas de pan que me llevará hasta una cosa fundamenta­l del autor o de algo que yo mismo querría escribir.

Últimament­e he incorporad­o –vía Pla– “tenir molt de vent a la flauta”: ser un veleta

Mientras que, cuando leo por trabajo, tengo un lenguaje cifrado que me permite enumerar temas y personajes, señalar momentos destacable­s y anotar frases que puedo citar en la argumentac­ión. A veces también me sirve para desahogarm­e. Escribo “buf!” si pienso que hay algo que no funciona. Y apunto “.../...” si encuentro un fragmento positivame­nte hinchado y latoso.

En una relectura de El Quadern Gris, este verano, he incorporad­o una nueva notación: “oh!”, antónima del “buf!” que les decía. La semana que viene les explicaré algunos “oh!” remarcable­s del gran libro de Josep Pla.

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