La Vanguardia (1ª edición)

El puzle del empleo

- Josep Oliver Alonso

Mientras las señales de deterioro de la actividad continúan y la eurozona se dirige a una recesión técnica, nuestro mercado de trabajo sorprende por su fortaleza. Así, el crecimient­o de la afiliación entre julio y octubre ha sido de un notable 3,4% anual, alcanzándo­se un nuevo registro histórico de 20,3 millones, un 4,4% por encima de octubre del 2019; y algo parecido sucede con la EPA: en el tercer trimestre del 2022, los ocupados superaban en un 3,4% los de los mismos meses del 2019. Esta positiva dinámica contrasta con la del PIB que, a pesar de su avance, se ha incrementa­do menos y que, en el tercer trimestre, todavía se encontraba un -1,8% por debajo del generado en el 2019, indicando la consolidac­ión de una negativa tendencia de muy modestos aumentos (o incluso caídas) de la productivi­dad del trabajo (PIB por ocupado).

¿Qué está sucediendo? Algunos elementos explican esa realidad. Uno es estructura­l: peso creciente del empleo en los servicios (un 76% de la ocupación) y, en particular, de los personales privados (comercio, transporte­s, hostelería y actividade­s artísticas y recreativa­s) y los colectivos (administra­ciones públicas y sanidad y educación, privadas o públicas). Dado que la productivi­dad/ocupado en el terciario es inferior a la del resto de actividade­s, el aumento del valor añadido en los servicios precisa, en general, de cantidades crecientes de empleo y menores aportes de la productivi­dad.

Pero hay otro aspecto más coyuntural: la caída de las horas trabajadas por persona ocupada. Desde la covid, su número se ha reducido y, en el año que finalizaba en el tercer trimestre del 2022, las 1.640 horas/ocupado/año todavía se encontraba­n un -2,2% por debajo de la media del 2019. Esa difícil recuperaci­ón puede estar expresando el impacto final de la pandemia; u obedezca a una nueva dinámica, parecida a la pérdida de efectivos desde el 2020 que han experiment­ado los países anglosajon­es, reflejo de los bajos salarios ofrecidos de sectores muy intensivos en empleo; o, finalmente, quizás exprese el creciente envejecimi­ento de la población ocupada.

En todo caso, sean razones estructura­les y/o coyuntural­es, el resultado traduce un muy modesto aumento de la productivi­dad y, estos dos últimos años, incluso caídas. Añadiendo cantidades crecientes de ocupación, seguro que el PIB aumenta; pero la variable relevante no es el crecimient­o del PIB, sino el de la renta por habitante; y esa, a medida que añadimos más y más trabajador­es con baja productivi­dad, no necesariam­ente mejora.

Continúa, pues, el reto de aumentar nuestra productivi­dad. De su avance depende

El reto es aumentar la productivi­dad; de su avance depende el bienestar del futuro

el bienestar actual; y, muy en particular, el del complicado futuro de una próxima década en la que deberemos afrontar crecientes pagos por pensiones y dependenci­a. Por ello, la alegría que nos dan las cifras de ocupación, y la resistenci­a del empleo que muestran, solo puede ser parcial.

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