La Vanguardia (1ª edición)

La tensiones entre Roma y París son una constante en los últimos años

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manitarios extranjero­s han terminado desembarca­ndo en Italia. En un primer momento, Roma impuso una nueva estrategia, la de selecciona­r a los migrantes según su vulnerabil­idad e intentando forzar a las oenegés a regresar con el resto a aguas internacio­nales. Pero aquí, el nuevo ministro del Interior, Matteo Piantedosi, perdió el pulso con las organizaci­ones, que se negaron a dar marcha atrás, después de que los funcionari­os y médicos italianos dejaran bajar a los inicialmen­te rechazados al considerar­los también personas frágiles. En una de las naves había una huelga de hambre; en la otra, un brote de sarna.

Con la cuestión migratoria regresan las tensiones entre dos países vecinos que en los últimos años, salvo la etapa de Mario Draghi, se habían mirado con recelo.

Ya durante la campaña electoral italiana, en Roma no gustó que la ministra francesa de Asuntos Europeos, Laurence Boone, dijera que París iba a “vigilar el respeto a los derechos y libertades” del Gobierno derechista italiano. Meloni lo vio una “inaceptabl­e amenaza de injerencia contra un Estado soberano de la UE”.

Durante la primera etapa de Giuseppe Conte como mandatario, con los populistas del Movimiento 5 Estrellas y la Liga, estalló un verdadero conflicto diplomátic­o después de que París llamara a consultas a su embajador en Roma por la reunión de Luigi Di Maio, entonces viceprimer ministro, con los chalecos amarillos.

Un encuentro informal con Macron en el primer día de Meloni como primera ministra parecía que iba a calmar las aguas. Dos semanas después, el distanciam­iento es evidente.c

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