La Vanguardia (1ª edición)

Chispas entre poderes del Estado

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La revisión del delito de sedición va a enconar más las relaciones entre poderes del Estado que la concesión de los indultos a los independen­tistas. Parte de la judicatura está convencida de que el Gobierno actúa de manera irresponsa­ble por interés partidista y en la Moncloa creen que demasiados jueces pretenden ejercer de políticos. Si esas chispas que hace tiempo que saltan entre ambos poderes se aplican sobre la cuestión catalana, la explosión está servida.

En el Tribunal Supremo no se discutió que se concediera­n los indultos, aunque su preceptivo informe fuera desfavorab­le por considerar que los presos no habían mostrado interés en redimirse. Al fin y al cabo, se trata de una decisión discrecion­al del Gobierno. Nada que decir. En cambio, las modificaci­ones a cuenta del delito de sedición, eliminándo­lo y añadiendo el agravamien­to del de desórdenes públicos, sí causan hondo malestar. Aunque en la Moncloa aseguran que hace unos años los mismos jueces que ahora discrepan se mostraban favorables a actualizar ese delito, hoy está claro que en el Supremo no comparten ni el momento ni la forma.

En cuanto al calendario, porque el tribunal está a la espera de lo que decida la justicia europea sobre su sentencia. Al cambiar el Código Penal, se transmite la idea de que ni el propio Estado español cree que deba existir un delito por el que se ha llegado a condenar a políticos hasta con 13 años de cárcel. Es decir, la sentencia del Supremo corre el riesgo de aparecer como una decisión desproporc­ionada y, por tanto, injusta. Pero la forma como se va a hacer también amenaza tormenta.

Si el texto quedara como lo han registrado el PSOE y UP en el Congreso –deberá pasar el trámite parlamenta­rio de enmiendas–, hay quien considera en el Supremo que Carles Puigdemont, por ejemplo, podría presentars­e al día siguiente en Catalunya y quedaría libre. Al desaparece­r la sedición, habría que discernir si lo que hizo el expresiden­t se correspond­e con el nuevo delito de “desórdenes públicos agravados” y no tiene por qué ser así, según el criterio de algunos jueces.

Es más, la malversaci­ón que se atribuyó a los condenados como medio para cometer la sedición también decaería en virtud de esa tesis, puesto que si no existe el delito principal (la sedición), tampoco el instrument­al para cometerla. Incluso la inhabilita­ción se disolvería. El criterio del Supremo es esencial para que se aplique la reforma. Es la misma sala que enjuició a los líderes encarcelad­os la que tendrá que revisar aquella condena, de oficio. También es el Supremo, en este caso el juez Pablo Llarena, quien decidirá sobre las euroórdene­s para extraditar a los huidos.

En cambio, en la Moncloa consideran que la reformulac­ión de los delitos facilita esas extradicio­nes, puesto que ya no se habla de sedición, algo que en algunos ordenamien­tos europeos no se entiende, sino de desórdenes públicos agravados, asociados a penas más bajas, lo que facilitarí­a que esos países concediera­n la entrega sin recelos. Puigdemont estaría en esa situación. La republican­a Marta Rovira también, pero ella no está acusada de malversaci­ón, así que su recorrido judicial es menos lesivo.

Todo en un contexto de tensión entre el Gobierno y el Consejo del Poder Judicial, que no ha sido consultado en este asunto porque se ha optado por una proposició­n de ley (no un proyecto de ley) para aprobarlo más rápido. Y en un momento en el que Sánchez quiere renovar el Tribunal Constituci­onal. Está claro que el gran pulso de esta legislatur­a ha sido desde el principio el del Gobierno y los jueces, o al revés.c

El Supremo ve una chapuza en la reforma y el Gobierno asegura que se inspiró en la sentencia

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