La Vanguardia (1ª edición)

Hierbas silvestres

- Flavia Company

Es curiosa la manera en que incluso las personas más descreídas se relacionan con los horóscopos de los diarios, la lectura de las manos, las adivinacio­nes del tarot o las previsione­s astrológic­as. Pero más llamativa todavía es la singular atención que se presta a las frases que nos tocan en las bolsas de té, los sobres de azúcar o las galletas chinas. Guías, orientacio­nes, espacios para el descanso de la constante necesidad de decidir, de responsabi­lizarse, de creer, de aceptar. Si lo dice ahí, será verdad: le va a tocar la lotería, va a realizar un viaje, va a conocer a un nuevo amor, evitará un accidente, conseguirá un nuevo trabajo.

Esos pequeños oráculos afianzan, parecen un perchero del que dejar colgada la ilusión o la esperanza. Pueden además unirse a diversas superstici­ones, casi siempre prohibicio­nes, como no pasar la sal sin que toque la mesa, no brindar con alguien que bebe agua en vez de alcohol, no cruzarQuie­n se con un gato negro, no pasar por debajo de una escalera. Y se le puede sumar también algún amuleto que convoque de manera continuada la suerte o, más importante quizás, que ahuyente la mala fortuna.

esté libre por completo de creencias mágicas que hable y se explique. Y todas estas cosas las pensaba y las anotaba hace unas cuantas semanas, mientras disfrutaba de uno de los festivales poéticos más interesant­es de Barcelona, el festival Nudo, que la imbatible y entusiasta Carmen Berasategu­i defiende contra viento y marea desde hace ya seis admirables y exitosas –no tanto como merecerían– ediciones.

Pensaba, digo, en todos estos asuntos relacionad­os con la magia, sí, porque de algún modo misterioso esa imposibili­dad de explicarlo todo y de que exista la maravilla tiene que ver con el anhelo humano de los versos y de sus revelacion­es, de sus conocimien­tos intuitivos, más allá de toda lógica, más allá de toda utilidad práctica, más allá del consumo y de la estructura que sostiene y perpetúa la filosofía del capital. Viva la poesía, esa hierba silvestre que tarde o temprano siempre consigue abrirse camino a través del cemento de la rentabilid­ad.c

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