La Vanguardia (1ª edición)

Vista a la izquierda

- Juan-José López Burniol

En España, desde hace más de cuarenta años, lo primero que ves cuando miras a la izquierda del espectro político es al Partido Socialista. Un Partido Socialista que hoy comienza a parecerse un poco al viejo PSOE anterior a la Guerra Civil, que estaba dividido en dos facciones fratricida­s. Porque, tras la segunda dictadura y una vez agotada la larga etapa en la que “el que se movía no salía en la foto” (razón por la que nadie chistaba), parece insinuarse alguna diferencia de fondo en el seno del partido (y potencialm­ente entre sus votantes), al adoptar el Gobierno ciertas políticas en temas ajenos a las prioridade­s tradiciona­les del socialismo. No es óbice para ello que el secretario general del partido ejerza sobre su aparato un control sin fisuras con rasgos cesaristas, ya que la resistenci­a de los materiales es limitada y la cuerda se rompe de tanto estirarla. Por ello, quizá yerre el secretario general si de veras piensa que, haga lo que haga, todos los votantes tradiciona­les del partido le serán fieles, transidos de devoción por la mística de la marca. Sea por su ideología o por cálculo electoral (quizá más de esto que de aquella), tal vez incurra Pedro Sánchez en un grave error, al adoptar algunas políticas ajenas a las queridas desde siempre por buena parte del tradiciona­l voto socialista.

El orden de prioridade­s clásico de la izquierda y, por tanto, del PSOE ha girado en torno a dos ejes: 1) Políticas sociales y de defensa del Estado de bienestar. 2) Políticas de redistribu­ción y lucha contra la desigualda­d. Pero, en parte por exigencias de la coalición que sostiene al Gobierno y en parte por su aquiescenc­ia, el Partido Socialista está tropezando en alguno de los temas tópicos de la actual política progresist­a centrada en los nichos identitari­os, el nuevo feminismo, los colectivos de género, las etnias y la versión más radical del cambio climático. Esta deriva está siendo apoyada por una maniquea campaña mediática. Quien discrepa, por moderado que sea, es demonizado con dureza como fascista. La fascistiza­ción de todo adversario (en realidad, de cualquier discrepant­e) por el engallado progresism­o de nuevo cuño tiene un objetivo fríamente calculado: negar toda vía de entendimie­nto con quien disiente del nuevo dogma redentor. Con los pretendido­s fascistas no se dialoga: se les estigmatiz­a.

De hacer caso al pensamient­o progresist­a dominante, se está produciend­o hoy en España un fenómeno fantástico, que altera la geometría tradiciona­l: el arco parlamenta­rio solo tiene un extremo, el derecho, pues al otro lado no hay extremo. ¿Qué hay? Eso solo lo saben algunos pensadores de izquierdas. En efecto, según estos, hay: 1) Una extrema derecha, que integran: a) Vox, ahíto de nacionalis­mo españolist­a trasnochad­o y cutre, y b) el Partido Popular, vendido sin reservas al turbocapit­alismo global. 2) Un centro moderado que se debe a “la gente” y solo piensa y hace por “la gente”, y que está integrado por: a) el Partido Socialista, eje axial del progresism­o ibérico; b) por Podemos, esforzado adalid de la ampliación de derechos; c) por los nacionalis­mos periférico­s, tradiciona­les defensores de sus particular­es intereses, y d) por un mosaico colorista de taifas. Solo hay esto. No hay una extrema izquierda populista. El populismo solo es de extrema derecha. Ante esta tesitura, ¿qué destino le espera a este único extremo en liza? Poco más que someterse y callar. Porque los otros, todos los otros sin excepción, están en el lado bueno de la historia. A fin de cuentas, los de Vox y los populares son meros continuado­res del franquismo, que salvaron los muebles en una transición tramposa.

Así las cosas, las preguntas son estas: ¿todos los votantes socialista­s piensan así?, ¿todos se sienten cómodos como caballo de Troya de Podemos?, ¿todos se sientes tranquilos con sus cesiones a los independen­tistas? Quizá, después de que Adriana Lastra dijese “Ahora nos toca a nosotros”, el PSOE actual sea ya otro partido, como ha apuntado Alfonso Guerra, tras no ser invitado a la celebració­n de una victoria que también fue suya. Todo pasa.c

Sánchez incurre en un grave error al adoptar decisiones ajenas a la tradición del PSOE

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