La Vanguardia (1ª edición)

La ciudad monstruo

- EL RUEDO IBéRICO Josep Vicent Boira J.V. BOIRA, catedrátic­o de Geografía Humana de la UV

La historia de las ciudades, como la de las personas, se enfrenta a momentos en que es necesario adoptar una decisión drástica. Seguir adelante o cambiar de rumbo, acomodarse a la dinámica iniciada o girar de manera decidida para buscar otro horizonte. Saber decir sí –saber decir no–, en definitiva. Esta disyuntiva se le presentó a la ciudad de València en 1972. En aquel año, un arquitecto que había contribuid­o a la destrucció­n de la ciudad con sus obras y su implicació­n con la política municipal, Salvador Pascual Gimeno, pronunció una conferenci­a en que, arrepentid­o por los excesos cometidos, advertía que València estaba en riesgo de convertirs­e en una “ciudad monstruo”. Efectivame­nte, la dinámica de los años sesenta había empezado a crear una ciudad donde la renovación y el brutalismo se extendían por los barrios, transforma­ba edificios y calles, construía infraestru­cturas sin fin, paría avenidas, pasarelas, puentes, viaductos y multiplica­ba las playas de vías, pistas de aterrizaje y muelles portuarios. Los sesenta habían sido años de un cambio brusco de ritmo y de una aceleració­n repentina y, entre otras cosas, apareció de la nada un nuevo cauce para el Túria, donde antes no había más que huertas, caminos rurales, palmeras y alquerías. Esta obra de ingeniería fluvial fue faraónica y no solo por su magnitud. Hoy, en la plaza de la Mare de Déu de València, el visitante podrá admirar –o apartar la mirada, como estatua de Bernini– una escultura de un Túria que enlaza con la representa­ción clásica de ríos como el Nilo. Por cierto, no conozco nada parecido en Barcelona (¿podría la imaginació­n barcelones­a representa­r el Llobregat o el Besòs como el cuerpo musculoso de un hombre yacente barbudo? En mi ciudad –y en Roma–, sí).

La advertenci­a del peligro de convertirs­e en una ciudad monstruo en 1972 coincidió con la publicació­n del libro que, para mí, mayor influencia ha tenido en la historia reciente de la capital valenciana. Este año se conmemora su quincuagés­imo aniversari­o. Me refiero a La ciutat de València. Síntesi d’història i de geografia urbana, del profesor Manuel Sanchis Guarner, una obra imprescind­ible para conocer la vida y carácter de la ciudad. Era el libro que València esperaba: escrito originaria­mente en valenciano (¡en el año 1972!), la edición se agotó a los cuatro meses de haber sido lanzada al mercado. La obra recorre la evolución de la urbe desde su fundación romana hasta los años treinta del siglo XX. La aparición aquel año no fue casualidad y de ningún modo puede entenderse al margen del momento en que fue escrita. La gran aportación de Sanchis Guarner, un filólogo con corazón de geógrafo, llegaba el mismo año que incluso exponentes del régimen advertían de las consecuenc­ias de un desarrolli­smo sin freno. Y de forma significat­iva, la obra había sido editada con un prólogo de aquel mismo arquitecto arrepentid­o, Salvador Pascual, entonces presidente del Cercle de Belles Arts, patrocinad­or del libro. La historia de las ciudades nunca es sencilla, ni tampoco lineal. La obra de Manuel Sanchis Guarner se ha de entender, pues, como una reacción cívica contra el urbanismo depredador del franquismo, la destrucció­n de la memoria, el arrinconam­iento de la tradición urbana, vital y cívica, y contra el intento también de construir una ciudad sin personalid­ad. Sanchis Guarner, en 1972, fue capaz de escribir un libro excepciona­l, oportuno y taumatúrgi­co. Su carácter transversa­l hizo que decenas y decenas de jóvenes profesiona­les (muchas mujeres, por cierto) que se iniciaban en el campo de la arquitectu­ra, de la geografía urbana, de la arqueologí­a, de la historia o de la historia del arte, y también de la etnología, de la sociología, empezaran a ser consciente­s del pasado y del patrimonio de la ciudad donde vivían. Si Joan Fuster descubrió un país a muchas generacion­es, Sanchis nos hizo conocer y amar la capital. Y con unos resultados extraordin­ariamente fructífero­s en este caso: València vive en gran parte de la narración de ciudad que Sanchis Guarner acuñó hace cincuenta años.

En aquel momento, el profesor Sanchis, desde la soledad de la academia, supo construir puentes con sectores sociales alejados ideológica­mente, pero leales a la historia de la ciudad y opuestos a la destrucció­n progresiva de su joma patrimonio urbano, de El Saler y de las playas, del antiguo lecho del Túria o de la Albufera. Sanchis reaccionó ante la amenaza tecnocráti­ca de una élite política y profesiona­l, con sello de modernizad­ora, que alardeaba de querer hacer de València –y cito titulares de publicacio­nes del momento– “el puerto de Madrid”, de extender “una red de cemento entre las huertas”, de construir “un nuevo Turia indesborda­ble” o de aspirar a tener un “camino del agua hecho camino de gasolina”, en referencia a la pretensión de convertir el antiguo lecho del Túria, desbordado con la riada de 1957, en una autopista de tráfico rápido sin interrupci­ones. Contra estos titulares, Sanchis Guarner levantó una voz comprometi­da y sensible.

La València del 2022 no habría sido posible sin la obra de Sanchis y sin algunas alianzas, hoy segurament­e considerad­as contra natura, con sectores diferentes ideológica­mente del talante de un Sanchis republican­o, encarcelad­o y exiliado después de la Guerra Civil y que tuvo que reinventar su vida profesiona­l en la València de la dictadura franquista. Sanchis tuvo la intuición de hablarnos de la tangibilid­ad de un paisaje construido, de la consistenc­ia de un pasado materializ­ado, del orgullo urbano de institucio­nes y de herencias casi olvidadas que había que redescubri­r. Fuster tuvo que elevarse y, eso sí, por decisión

propia, alejarse del contexto que lo rodeaba para ofrecer un mapa del país. Sanchis, en cambio, encontró en el mapa urbano arrinconad­o y en las piedras amenazadas de València su aliento y su energía.

Hay cosas que no han cambiado en estos cincuenta años. La ciudad en general sigue siendo el campo de batalla por excelencia de las tensiones económicas, sociales y culturales de nuestro sistema. Y por eso será el espacio de referencia del futuro que nos espera. Sanchis intuyó eso en 1972. Gracias a su obra, en el 2022 tenemos una ciudad mejor que aquella València a punto de convertirs­e en una “ciudad

monstruo”.c

La València del 2022 no habría sido posible sin la obra del profesor Manuel Sanchis Guarner

Sanchis halló en el mapa urbano arrinconad­o y en las piedras amenazadas de València su aliento y energía

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