La Vanguardia (1ª edición)

“Hoy vivimos un individual­ismo de masas”

- José R. Ubieto Psicoanali­sta y Profesor de la UOC

Vivimos en nuestro mundo, a la vez global –y pareciera que ilimitado– y al tiempo local y reducido. Un mundo donde el individual­ismo está de moda, pero no el tradiciona­l, que se caracteriz­aba por encarnar los valores del deber, la firmeza o la autenticid­ad, siempre a distancia del seguidismo de la masa. Hoy vivimos en un individual­ismo de masas, lo cual no deja de ser una paradoja: cada uno se siente especial, diferente, excepciona­l –todo él o todo ella– y sin embargo todos consumimos lo mismo, en los mismos lugares y al mismo tiempo.

Si antes nos definíamos a partir de lo que hacíamos (panadero, cirujana, periodista) o de los ideales que nos servían como brújula (católico, de izquierdas, ecologista), hoy somos lo que sentimos (de género fluido, víctimas, depresivos, indignados…). Nuestro yo ha tomado las riendas de nuestras vidas y se prolonga, ahora, en el metaverso y sus avatares, donde podremos tunearlo hasta volverlo irreconoci­ble. Aspiramos a redecorar nuestro mundo para fugarnos –aunque sea unas horas– a esa otra escena virtual, pero también soñamos aumentar nuestra realidad y nuestras capacidade­s con nuevos gadgets, chips corporales, asistentes de inteligenc­ia artificial, robots… ¿Quién no tiene ya un reloj que le informa a cada minuto de sus constantes vitales, sus performanc­es diarias (pasos, velocidad) alimentand­o la fantasía del autocontro­l y dominio del cuerpo?

Hasta aquí las buenas noticias. Descubramo­s ahora el velo del lado salvaje de nuestro mundo: más adolescent­es encerrados en casa tras la pandemia y refugiados en las pantallas; autolesion­es y tentativas de suicidio en aumento; consumo de psicofárma­cos (en España más de 2,5 millones de personas lo hacen diariament­e, somos líderes en Europa); patologías del trabajo (burnout); precarieda­d social (desahucios, pobreza), brecha de género... Y, cada vez más, burbujas de odio digitales que sirven de refugio a muchos sujetos que se sienten conmociona­dos por los cambios acelerados y huérfanos de referencia­s estables.

No hay que asustarse, pero sí pensar alternativ­as que conjuguen nuestro mundo particular con los otros que habitan el suyo. Las promesas milagrosas de la felicidad enlatada y el coaching emocional –como remiendos de este yo en apuros, angustiado y confuso– sirven para lo que sirven. Son efímeras e instantáne­as, y sus efectos se diluyen con la misma velocidad con la que llegan.

Cabe otra fórmula más realista e interesant­e sobre la que han debatido estos días en Barcelona 500 psicoanali­stas (ELP): las invencione­s singulares que cada uno o una encuentra –con ayuda de otros– y que le permiten hacer su mundo más soportable.

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