La Vanguardia (1ª edición)

Las ‘tropas’ francesas vuelven a Menorca

- Susana Quadrado

El XVIII fue un siglo de lo más convulso para Menorca. La isla pasó del control de la corona española a la británica, de ésta a la francesa y nuevamente a la británica, hasta que en 1802 volvió definitiva­mente a manos españolas. La ocupación francesa duró apenas siete años, de 1756 a 1763, pero resultó provechosa. Al rey Luis XV, por ejemplo, se debe la edificació­n del pueblo de Sant Lluís.

¿Y si aquélla no fue la última dominación francesa de la isla?

La pregunta carcome a una parte de la sociedad menorquina. Los isleños temen que los franceses hayan iniciado otra invasión a base de comprar y comprar casas y fincas (los populares llocs) a precios desorbitad­os y tirando de chequera, sea para uso vacacional o como inversión.

Fíjense en la oferta inmobiliar­ia actual. Un chalet de 310 m2 en una discutible “primera línea de mar” en Binibeca se vende por 2,2 millones. Sin salir de Sant Lluís, una casa en Binissafúl­ler de 171 m2 sin vistas, 1,4 millones. Vayamos a Son Xoriguer, en Ciutadella, donde una casa de 400 m2 con vistas a la playa cuesta 4,5 millones. En la costa está carísimo, pero lo mismo en el interior: un apartament­o de 66m2 en Es Mercadal, 295.000 euros.

Los franceses de alto poder adquisitiv­o que se han encariñado con la isla también llegan desde el puerto de Tolón, como la armada naval del duque Richelieu. Solo que ahora pueden hacerlo tan ricamente a bordo de un buque de Corsica Ferries, directo a Ciutadella. Según datos de las inmobiliar­ias insulares, los franceses representa­n el 68% de las transaccio­nes de las casas que valen más de 600.000 euros. Con este dato está casi todo dicho.

El efecto de arrastre de la demanda francesa ha provocado que los precios se hayan disparado en una isla pequeña y con escasez de suelo urbanizabl­e por su condición de Reserva de la Biosfera. La alarma ha saltado al comprobar que el empuje francés impide el acceso de los menorquine­s a la vivienda. No pueden pagársela. Es decir que la isla se ha vuelto un lujo para su gente mientras cunde la sensación de que se les expulsa de su tierra. Tremenda paradoja la de los menorquine­s, que se ven atrapados en un modelo turístico que les da el pan a la vez que se lo quita.

Este malestar lo han capitaliza­do los partidos regionalis­tas pero la preocupaci­ón es transversa­l. El debate se ha abierto entorno a si hay que limitar la compra de casas vacacional­es a los no residentes.

Está claro que el eslogan de “Menorca per als menorquins” queda para la nostalgia, devorado por la globalizac­ión y el derecho europeo. Pero si las islas Aland, en los fiordos de Finlandia, pueden tener un régimen especial, ¿por qué no Menorca?

La demanda francesa de casas dispara precios y deja a los menorquine­s sin opción de comprar

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