La Vanguardia (1ª edición)

Reaccionar­ios y disgregado­res

- Antoni Puigverd

LLa cultura ‘woke’, como el trumpismo, pone en peligro la democracia

a gran ola trumpista se desfondó. La mentira no ha tenido su apoteosis, aunque muchos de los nuevos parlamenta­rios dedicaron ímprobos esfuerzos a negar los resultados de la votación presidenci­al y a jugar con el fuego de la guerra civil. Biden ha salvado los muebles. Pero, desde Florida, irrumpe con gran pompa Ron DeSantis, conocido como “el Trump 2.0” o “el Trump con cerebro”. El peligro del trumpismo no está conjurado. Es faro y guía de las derechas soberanist­as y reaccionar­ias de todo Occidente, que intentan aprovechar la democracia para imponer una visión racialment­e restrictiv­a, culturalme­nte jerárquica, socialment­e constreñid­a. Una democracia que se confunde con su contrario: el autoritari­smo.

Ahora bien, si, por manido, es fácil criticar a las derechas extremas, empieza a ser urgente que las corrientes liberales y socialista­s tengan la osadía de confrontar­se con la cultura woke, hegemónica en las universida­des, la publicidad y la cultura. Se entiende por woke (que podríamos traducir por ¡ojo!) la obsesión por cultivar y condenar todo tipo de ofensas (las reales y las que solo una piel ultrafinís­ima puede detectar). La ideología woke contrapone identidade­s de género, raza o cultura. Entiende la sociedad como un puzle de trincheras identitari­as. Fomenta, por tanto, la disgregaci­ón y la antipatía social. Trivializa las opresiones al mezclar las reales, las ficticias y las históricas.

Las imprescind­ibles luchas de dignificac­ión y liberación de todos los perseguido­s o maltratado­s por razones de raza, cultura, religión u opción sexual, son patrimonio común de las izquierdas los liberales, los demócratas.

Hasta los conservado­res han hecho suyas estas batallas; y hay que celebrarlo. Pero la cultura woke quiere más: sospecha de todo y de todos, ve ataques de género por todas partes. Se irrita, moraliza, regaña. Exige censura (por lo visto, solo los woke tienen derecho al sarcasmo y a la ironía; la de los demás siempre es sospechosa). Cancela opiniones. Fomenta linchamien­tos. Abanderand­o el sentimient­o de identidad de género, raza o cultura, dogmatiza en la universida­d y pretende conformar a los niños a través del sistema educativo.

La cultura woke y el reaccionar­ismo trumpista son antagónico­s pero se necesitan: se retroalime­ntan. Bombardean juntos la democracia. Esto es hoy muy visible en los entornos mediáticos progresist­as de Catalunya y España. Una cosa es acoger y defender a todo el mundo, sea como sea o quiera ser, y otra imponer la discutible visión fluida de los géneros, en virtud del control de la universida­d, de la publicidad y de las institucio­nes culturales.

Meses antes de las elecciones de medio mandato, en los entornos liberales americanos, se decía, tímidament­e, que los demócratas, al dejarse arrastrar por el activismo woke, especialme­nte por la causa trans, apostaban por la derrota. “Estamos en riesgo de perder la democracia, si todo lo que interesa a la mayoría queda fuera de la ventana”, decía Hillary Clinton. Obama opinó en este mismo sentido. Pero no eran críticas francas, sino instrument­ales: defendiend­o causas muy minoritari­as, liberales americanos y progresist­as europeos estarían abandonand­o las necesidade­s de la mayoría. Yo voy más allá. El progresism­o woke, convencido de poseer la verdad en exclusiva, pretende silenciar el debate. Todas sus causas son bienvenida­s, siempre que admitan la contradicc­ión. De lo contrario, la cultura woke, igual que la reacción trumpista, pone en peligro la democracia.c

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