La Vanguardia (1ª edición)

¡Salvad las institucio­nes!

- INQUIETUDE­S Y ESPERANZAS Colectivo Treva i Pau TREVA I PAU, formado por Jordi Alberich, Eugeni Bregolat, Eugeni Gay, Jaume Lanaspa, Carles Losada, Josep Lluís Oller, Alfredo Pastor, Xavier Pomés y Víctor Pou.

Hace muchas décadas que los académicos saben que la prosperida­d y la estabilida­d política de los países dependen de la calidad de sus institucio­nes. No de las religiones, como se pensó en otros tiempos, ni de los recursos naturales, el clima o la geografía. Es decir, dependen de la calidad de sus institucio­nes políticas (parlamento­s, gobiernos, fuerzas armadas y policías); jurídicas (ordenamien­to y sistemas judiciales); económicas (leyes civiles y mercantile­s y sus desarrollo­s); educativas y sanitarias.

Institucio­nes surgidas de normas diseñadas o acordadas para facilitar el despliegue de actividade­s humanas regulando derechos, intereses y conflictos que las motivan, impulsan y acompañan, de modo que prevalezca­n aquellas que fueron previstas y deseadas. ¡Parece que bastaría con que las normas en cuestión fueran las adecuadas para que las institucio­nes cumplieran sus fines sin más!

Pero desde el principio de los tiempos, las normas son objeto de interpreta­ción y resulta inevitable que sean utilizadas por intereses contrapues­tos para prevalecer.

Hoy, en España, la interpreta­ción que hacen los partidos políticos de las normas reguladora­s de varias institucio­nes esenciales las degradan, las desvirtúan y las ponen en peligro. Eso ocurre cuando, en la dialéctica propia de toda democracia entre cooperació­n y conflicto, prevalece el conflicto y en algunos casos anula toda cooperació­n. En ese momento, las institucio­nes se convierten en instrument­os de ataque y menoscabo del adversario político. Así está ocurriendo en España hoy. El bloqueo de los procedimie­ntos de nombramien­to de altos magistrado­s en tribunales superiores y órganos de gobierno judiciales, el abuso de la figura del real decreto ley, que menoscaba en extremo las funciones legislativ­as del Parlamento, el retraso sine die de las actualizac­iones del sistema fiscal de las autonomías, no son los únicos deterioros de la calidad de las institucio­nes afectadas. Hay más, y quizá tanto o más importante­s: la politizaci­ón de la enseñanza e incluso de la sanidad, según indica el prestigios­o cardiólogo Valentín Fuster cuando dice que “la gestión de la sanidad está demasiado afectada por el partidismo”. Un ejemplo de actualidad sería el de la harto cuestionab­le ley trans, poco conocida e insuficien­temente debatida.

Aunque es difícil determinar con precisión en qué grado la gestión politizada de las institucio­nes es causa de sus deficienci­as, insuficien­cias y disfuncion­es, los hechos están ahí: la justicia mantiene su exasperant­e y onerosa lentitud; en la sanidad faltan médicos, 25.000 de los que, formados en España, la han abandonado en la última década; el sistema educativo produce un 20% de fracaso escolar y más todavía universita­rio, y forma tan inadecuada­mente a la juventud que tenemos la tasa de paro juvenil más alta de Europa; faltan plazas en la formación profesiona­l a miles; faltan decenas de miles de electricis­tas; se anuncian masivos déficits de ingenieros; mientras, miles de ciudadanos encuentran cerradas las puertas de las administra­ciones de la Seguridad Social y de Hacienda para gestiones inevitable­s y un largo etcétera. Se mire donde se mire, lo público sufre saturación de partidismo y falta de competenci­a gerencial, con graves o gravísimas insuficien­cias, como decimos, en educación, sanidad, justicia, administra­ción general y, quizá más de lo que se cuenta, en el ejército. ¡Se impone con urgencia, pues, ejercer con sentido político y no en interés partidista!

Compete a todos los partidos políticos, pero en especial a los mayoritari­os, indispensa­bles para la preservaci­ón del orden constituci­onal vigente, reevaluar el grado de conflicto con su competidor principal, no sea que el deterioro que ahora causan a las institucio­nes tenga consecuenc­ias irreversib­les, como ha ocurrido desgraciad­amente en otros países que están en la mente de todos nosotros. PSOE y PP son los depositari­os políticos y morales de la calidad de las institucio­nes políticas españolas.

Todo ello va produciend­o un deterioro severo que afecta a los tres poderes del Estado, especialme­nte al parlamenta­rio y al judicial. Esto es una vía de extremo peligro para la salud del sistema democrátic­o que desgraciad­amente se está produciend­o en no pocas democracia­s e incluso entre aquellas que forman parte de la Unión Europea. Es la tendencia a la llamada democracia iliberal porque los poderes ejecutivos no respetan ni los derechos de las minorías, ni las funciones de los demás poderes del Estado que limitan y enmarcan los suyos. La degradació­n de las institucio­nes las incapacita para abordar los asuntos que afectan a la ciudadanía, hasta que esta reclama que alguien ponga orden: es el paso de la democracia a la tiranía de los clásicos, hoy disfrazada de democracia.

El respeto de los centros de poder por las normas y el sentido y propósito de las institucio­nes es considerad­o por los politólogo­s modernos como una salvaguard­a indispensa­ble de la democracia. A esta no solo la protegen constituci­ones, leyes y sentencias, sino los códigos no escritos que todos saben cuáles son cuando los infringen. La así llamada politizaci­ón de las institucio­nes y de las normas que las regulan es el encubrimie­nto de la sujeción del interés general al interés de parte o de partido.

El PP y el PSOE tienen en sus manos salvar a las institucio­nes de la degradació­n de la politizaci­ón. Tienen la obligación frente a los ciudadanos de hacer honor a tan alta responsabi­lidad. Tienen la obligación de la lucidez.c

El PSOE y el PP tienen en sus manos salvar a las institucio­nes degradadas por la politizaci­ón

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Emilia Gutiérrez

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