Un lugar para pegarse

SLlegamos ahí con prisas por quemar y volvemos con la ira trasnochada

algo del coche. Es muy pronto por la mañana, y la vecina de parking se me acerca. Diría que demasiado. “Aprovecho que te veo para pedirte que aparques mejor”, me suelta.

Sorprendida, me giro hacia mi vehículo y admiro lo bien que lo he dejado. Perfectamente alineado, con todo su azul paralelo y sin rozar ninguna de las cuatro rayas del rectángulo que le corresponde. Que me corresponde.

“Pues yo lo veo bien –resuelvo–, mi coche está en su sitio”.

Se pone entonces muy tensa. Y se acerca aún más, tanto que puedo confirmar que es definitivamente menos joven de lo que a primera vista parece. Que va muy teñida y muy maquillada pero ya con eyeliner arruinado, de siniestro total.

“Apárcalo más arrimado a la pared, es muy pequeño –escupe–. Para que quepa el mío”.

Por un momento la admiro. ¡Qué narices! Estoy por aplaudir, pero le respondo que no puedo dejarlo a un palmo de la pared. Menos cuando ella cruza su vehículo entre mi plaza y la que tiene al otro lado imposibilitando las maniobras en ambas.

“Si tienes tantas dificultades con este sitio (no lo entiendo, ahí caben furgonetas enormes), quizá deberías cambiar de coche. O de plaza”, propongo.

Entonces se pasa al usted: “¡Es una maleducada!”, chilla. “Que sepa que llamaré a la policía”. Aduce que tiene fotos de mi retrovisor invadiendo su espacio (lo dudo) y mis ruedas pisando sus líneas (eso ya lo desmiento). Y se me acerca tanto, tanto que noto que huele muy fuerte. No sé si a colonia (contundente como su maquillaje), a tabaco o a rabia. Agradezco que intervenga su ¿marido? (¿desde cuándo está aquí?) y la calme. “Marxem –le dicta–. El seu cotxe està bé. Dins la seva plaça”.

Me ha ido por los pelos. Lo admito. El parking es, definitivamente, un lugar para pegarse. Llegamos ahí demasiado pronto con mucha prisa por quemar y regresamos demasiado tarde, con la ira ya trasnochada.c