La Vanguardia (1ª edición)

Los misterios de Cibeles

- Daniel Fernández

Cibeles, en el panteón griego, es una diosa importada y extranjera. Frigia en sus orígenes, es una deidad que personific­a la tierra fértil, pero también es guardiana de murallas y cavernas, de fortalezas y espesuras. Y reina sobre los animales salvajes… Una pieza de cuidado, vamos, con su carro triunfal tirado por dos leones, Hipómenes y Atalanta. Su dominio es especialme­nte intenso sobre los leones y las abejas. Y eso ya debería dar algunas pistas, pero no nos adelantemo­s… A veces se la confunde y mezcla con Rea, la madre tierra nutricia, de la que dependen y en la que tienen su origen todos los dioses. En Roma será la Magna Mater. Y su aliento de diosa primigenia y oscura, anterior a los tiempos de los primeros héroes, se hará más y más evidente.

Cibeles es una diosa de la vida, pero también de los ciclos de las cosechas y, por ello, de la muerte y resurrecci­ón. Al invierno le sigue la primavera, como tras el verano llega el otoño, y Cibeles contempla inescrutab­le el ciclo de la vida y de la muerte. Hipómenes y Atalanta, en una leyenda que incluye manzanas de oro, fueron amantes condenados finalmente a tirar del carro de la diosa, que luce una corona en forma de muralla, simbolizan­do su gobierno sobre todas las formas de la naturaleza. Cibeles reina y permanece indiferent­e a las muertes que jalonan y siembran la vida.

Cibeles era especialme­nte invocada en periodos de calamidade­s y epidemias. En ese sentido, era una diosa vengativa pero protectora. Y sus sacerdotes, teñidos por el gusto y la liturgia orientales, fueron siempre masculinos. Hombres que se castraban en un sacrificio ritual en honor de la diosa, a la que ofrecían su virilidad cercenada, en prueba tanto de fe como de sumisión. Algunos, tras la automutila­ción, añadían el sacrificio de sus sentidos. Y se sacaban los ojos o cosían sus bocas o arrancaban sus lenguas.

Sacerdotes eunucos voluntario­s y unos ritos de los que desconocem­os mucho, pero que dieron origen a las artes oscuras que luego heredaron los fieles a Dioniso. Cibeles, en ese sentido, está en el límite de lo tolerable. Y hubo episodios de represión contra su culto y sus adoradores, tan temibles como excéntrico­s. Los romanos acabaron por arrumbar un culto sangriento de sacerdotes castrados y que sacrificab­a toros para beber ritualment­e su sangre. Y poco a poco la divinidad quedó en un rincón oscuro del panteón romano, como probableme­nte correspond­e a su naturaleza. Pero su legado perduró y, extraño y misterioso, ocupa ahora esa fuente en pleno centro de Madrid. Una fuente que, en paridad, es hija de la Ilustració­n. Y ese es uno más de sus grandes misterios.

Carlos III diseñó, junto a sus ministros ilustrados, un Salón del Prado con tres fuentes ornamental­es: Apolo, Neptuno y Cibeles. Apolo y Neptuno son elecciones previsible­s. Cibeles, no. Y, sin embargo, su efigie ha perdurado, con su cetro y su llave misteriosa. Con su sapo y su culebra (que hay que saber buscar) y con el grifo y el oso desapareci­dos en alguno de sus traslados y remodelaci­ones.

Cibeles manaba agua, pero es una diosa que exige sangre y sacrificio­s. Y que a cambio garantiza la bondad de las cosechas y el renacer de la tierra tras las amarguras de la enfermedad y el invierno prolongado.

Y mejor me detengo aquí y no voy más allá con las muchas comparacio­nes que vienen a la mente de quien ha visto a la diosa en noches de triunfos balompédic­os o presidiend­o manifestac­iones de todo signo. Cibeles, como Ayuso, es un enigma.c

Cibeles manaba agua, pero es una diosa que exige sangre y sacrificio­s: un enigma

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain