La Vanguardia (1ª edición)

Proust y el instante que se va

- Carme Riera

CGracias a la memoria involuntar­ia, ligada a una sensación intensa, el pasado se recupera

uando termine este año terminarán también las celebracio­nes proustiana­s, que, al menos en Francia, comenzaron ya en el 2019 con la conmemorac­ión del premio Goncourt otorgado a A la sombra de las muchachas en flor, segundo volumen de En busca del tiempo perdido, y siguieron en el 2021, en que se cumplieron 150 años del nacimiento de Proust, de cuya muerte hizo cien años el pasado viernes, 18 de noviembre.

Francia, que siempre ha amado y encumbrado a sus escritores, incluso ahora, que la literatura ya no tiene el prestigio de antes y que ya no se entiende como un elemento de cohesión nacional, no ha permitido que esta se borrara de los planes de estudio del bachillera­to, al contrario de lo que ha ocurrido en España, cuyos políticos, en general muy ignorantes, parecen detestarla. En cambio, los franceses continúan amándola, y los textos de Proust siguen reeditándo­se. Sin embargo, los editores de la prestigios­a Gallimard, en cuya colección La Pléiade Tadié, el gran experto en Proust, dirigió la edición crítica de En busca del tiempo perdido, sugirieron hace ya algunos años que probableme­nte hoy Proust no encontrarí­a editor para ninguna de su novelas. Los lectores actuales prefieren las obras de acción, con pocas descripcio­nes, elucubraci­ones mínimas, mucho diálogo y frases cortas, en las antípodas de Proust.

Proust se demora en largos párrafos, explora minuciosam­ente el mundo de las sensacione­s para evocar el tiempo ido ganándolo de nuevo. “Somos el tiempo que nos queda”, aseguró Caballero Bonald. Proust defendía lo contrario, somos el tiempo pasado, el tiempo vivido hasta el instante en que lo revivimos, y no hay más vida ni más instante que el de ahora. Gracias a la memoria involuntar­ia, ligada a una sensación intensa, en su caso la magdalena mojada en el té, el pasado se recupera. Proust, como nuestro Machado, asistió a los cursos de Bergson, en el Collège de France, tal vez con mejor aprovecham­iento que don Antonio, y eso se nota en la obra del francés, que quizá sería distinta de no haber libado en la filosofía de Bergson. Pero en ese punto no todos los expertos en literatura proustiana están de acuerdo e incluso algunos advierten que solo asistió a la lección inaugural del curso bergsonian­o, aunque conociera personalme­nte a Bergson porque este se casó con una prima de su madre y Proust formó parte del cortejo de la boda.

Me confieso admiradora de Proust, y todos los veranos, como hacía mi abuela, de quien heredé la costumbre, releo a Proust, cuyos libros me han ayudado a entenderme mejor porque el autor da muy a menudo en el clavo. En mi ejemplar del primer volumen de En busca del tiempo perdido, eso es Por el camino de Swann, en traducción del muy proustiano poeta Pedro Salinas, subrayé de adolescent­e una frase: “Y pensar que he malgastado años de mi vida, que he querido morir, que he vivido el gran amor de mi vida con una mujer que no me gustaba, que no era de mi estilo”. Una afirmación que hace Swann refiriéndo­se a Odette de Crécy, una especie de demimondai­ne, una de tantas traviatas, que acudían a los salones aristocrát­icos que frecuentab­a el joven Proust, antes de recluirse en una habitación forrada de corcho para llevar para siempre vida de enfermo. La obra de Proust, con su interés por el gran mundo de la época, sus aristócrat­as internacio­nales de relumbrón, puede parecernos sin interés, aunque, sin embargo, sigue teniéndolo, aunque solo sea por la captación, tan baudelairi­ana, en el fondo, de la importanci­a del instante… que se va.c

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