La Vanguardia (1ª edición)

Salvar la cara en el desierto

- Ramon Rovira

Andamos tan preocupado­s por no pisar ningún callo que, en lugar de caminar, levitamos. Buena prueba son la cumbre del clima y el Mundial de fútbol, dos muestras de la hipocresía global instalada en el postureo contempori­zador.

Reunir a un montón de políticos, activistas, medioambie­ntalistas y correveidi­les en Sharm el Sheij fue una estupidez. Además de los magros resultados, el balneario antiecolog­ista escogido roza la inmoralida­d porque era sabido que la dictadura egipcia cercenaría cualquier protesta y convertirí­a el encuentro en una lavadora de su imagen. Algunos participan­tes han contribuid­o al bochorno ataviados con disfraces como el de la vaca vegana mientras consumían cientos de litros de agua recién llegada de los Alpes milaneses, gentileza de la organizaci­ón. Con el llamativo despliegue de contaminan­tes aviones privados, bufet libre o la ausencia de reciclaje y el colofón de correosos delegados maquilland­o un papel para apagar un planeta hirviente.

Superada la tabarra del clima, amenaza el Campeonato del Mundo de fútbol. Es sangrante para la inteligenc­ia que se organice en Qatar, un erial donde para que los jugadores no se achicharre­n han instalado aire acondicion­ado en los campos y el público lo importan a golpe de talonario. Todo muy sostenible. El despropósi­to solo se explica por los petrodólar­es que han lubricado voluntades y plumas serviles dispuestas a todo para arramblar con su bolsa.

El colmo fue cuando el presidente de la FIFA sugirió un alto el fuego durante el campeonato como si lo que se dirime en Ucrania se pudiera resolver con un ataque de narcisismo. Sin olvidar los arribistas que acaban de descubrir que en Qatar no se respetan los derechos humanos, los emigrantes son esclavizad­os, las mujeres son sometidas y los homosexual­es encarcelad­os. Desde mucho antes de la elección del minúsculo emirato, era conocido el régimen integrista que lo subyuga, y ha habido tiempo de sobra para forzar un cambio de sede o imponer un mínimo respeto a principios irrenuncia­bles. Para salvar la cara, artistas de relumbrón se aprestan a renegar de los jeques y seleccione­s conciencia­das lucirán brazaletes del arco iris. Muy poco mérito para tanta sandez.c

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