La Vanguardia (1ª edición)

“¿Y a mí quién me cuidará?”

- Domingo Marchena Barcelona EL EPO TAJE

En Barcelona hay una escuela muy especial. La escuela de cuidadores, aunque debería llamarse escuela de cuidadoras porque ellas son abrumadora mayoría. Se trata de mujeres que cuidan a familiares con enfermedad­es terminales o crónicas. Son esposas, madres, hijas… Aunque las hay de todas las edades y condición, muchas son ya mayores y con un delicado estado de salud. “¿Y a mí quién me cuidará?”, pregunta Dolores.

Dolores, a la que hemos cambiado el nombre de pila para preservar su intimidad, tiene 82 años y es una de las estudiante­s de la escuela de cuidadoras, como la llamaremos a partir de ahora. Cuando salía de casa, su marido le ha dicho: “Espera, que cojo el coche y te llevo”. Y Dolores, que es un prodigio de ternura y de paciencia, le ha respondido: “No, cielo. Ya he comprado el billete de autobús”.

Todas la han aplaudido. Y la primera, la profesora, Marta Argilés, psicóloga y logopeda, con una experienci­a de más de 10 años en los servicios de paliativos, sobre todo, pediátrico­s. Marta ha visto de todo en su carrera. Lo mejor y lo peor. Padres que han afrontado la pérdida de un hijo con un dolor luminoso, pero también familias que querían prolongar la agonía del abuelo para alargar la pensión…

No es el caso, ni mucho menos, de Dolores y las demás, que cuidan o han cuidado con abnegación a padres y maridos. El de Dolores, por cierto, tiene alzheimer y no puede conducir desde hace años. Una compañera de clase, Toñi, que cuida de una madre con un sarcoma y una grave discapacid­ad auditiva, elogia que rechazara el ofrecimien­to de su marido con tanto tacto, “aunque no siempre se puede tener tanta paciencia”.

“¿Qué hago cuando flaquea la paciencia? ¡Pues me meto en el baño y me cuento los lunares!”, dice Dolores. Es una clase interactiv­a. Marta Argilés no ha venido solo a hablar, también a escuchar. “Cada dolor es único: no podemos decir que perder a un hijo sea peor que perder a un padre”. Es el momento que esperaba Lídia, casada, sin hijos, y que ha cuidado de sus padres.

“Estoy cansada de la expresión ‘es ley de vida’. O peor aún: ‘Ya eran muy mayores’. Mi padre falleció con 94 años, y mi madre, con 102. Pero su pérdida ha sido y es muy dolorosa. Cuando en el funeral me decían según qué cosas, con la mejor intención, me desgarraba por dentro. Eran mayores, y qué. Desde entonces, no digo nada en los entierros. Doy un abrazo y ya está. Las palabras duelen”.

Lídia, Dolores, Pepeta, Toñi,

Margarita y Gal·la son algunas de las 1.400 personas (una vez más: la mayoría, mujeres) que este año han participad­o en algún taller, virtual o presencial, como al que acudió La Vanguardia. Los talleres presencial­es son itinerante­s, explica Jonathan Levit, psicólogo y director de la escuela, que depende de la Fundación La Caixa. Más de 4.700 mujeres se han beneficiad­o de la iniciativa desde su puesta en marcha, en e 2018.

Además de en el distrito de

Sant Gervasi, donde tiene su sede la escuela, ha habido sesiones en l’Hospitalet de Llobregat, Mollet, Parets, Reus, Cabrils y Quart de Poblet, entre otros municipios. El objetivo es ofrecer a cuidadoras no profesiona­les y voluntaria­s conocimien­tos, técnicas y habilidade­s para acompañar con calidad a los enfermos. Uno de los lemas de la escuela resulta muy revelador: “Cuidarse para cuidar”.

Las alumnas aprenden, por ejemplo, que no deben sentirse mal por estar angustiada­s o tristes. “Son emociones y no nos podemos castigar por estar tristes cuando hemos de estar tristes”, subraya la profesora. Las emociones, añade, “tienen funciones adaptativa­s. Nos aportan informacio­nes íntimas e internas que nos orientan”. Toñi asiente: su madre la culpa de casi todo (“no estoy sorda: eres tú, que no me hablas alto”).

Una frase del principio ha ganado fuerza durante la hora y media de la clase. Es de Virginia Woolf: “La enfermedad remueve la tierra donde está plantado el árbol. Deja al descubiert­o las raíces y se ve lo profunda y fuertes que son”. Lídia ha descubiert­o también que la orfandad que siente por la marcha de sus padres está justificad­ísima.

“Una vez acompañé a una hija que había permanecid­o toda la vida junto a su madre. Las dos eran mayores. La hija tenía más de 70 años y su madre era centenaria. ‘Sé que otras personas pierden a los suyos antes y que es injusto llorar, pero me duele mucho que mi madre se muera’, me decía”. Marta Argilés repite lo que le dijo: “Cada dolor es único”. Las raíces han quedado al descubiert­o. También las fortalezas. Dolores, el gran hallazgo de la sesión, se marcha un poco antes porque hoy tiene que ir al médico: diabetes, trombosis... No sabe quién la cuidará mañana, pero sí quién cuidará a su marido. Ella.c

Dolores, de 82 años, ha vuelto a la escuela; es una de las 4.700 cuidadoras no profesiona­les que van a clase para saber cómo cuidarse a sí misma

Una iniciativa de la Fundación La Caixa ayuda a enfermos crónicos y terminales y a quienes les cuidan

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Lara eabaté El médico Dolores ha pedido permiso para irse un poco antes: hoy tiene visita con el médico

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