La Vanguardia (1ª edición)

¡Por favor! ¡Una Navidad sin luces!

- José Ignacio González Faus Teólogo y jesuita

Da cierta vergüenza ser ciudadano cuando, ante perspectiv­as de poca agua y poca energía, se van tomando medidas de ahorro pero nos dicen que la derrochado­ra iluminació­n navideña de las calles de nuestras ciudades, “¡eso casi no se tocará!”. Y en algunas capitales importante­s no se tocará nada. Mientras, el secretario de la ONU avisa de “un invierno de descontent­o global por la inflación y las desigualda­des”.

Para hacernos una idea: Madrid gastó el 2020 tres millones y medio en esa iluminació­n, Barcelona superó los dos millones, con unos cien kilómetros de calles iluminadas. Málaga o Vigo pasaron del millón, al que se acercan muchas otras poblacione­s… Multipliqu­e por el número de ciudades y quizá le dará vértigo.

La sociedad de consumo prefiere recortar de lo útil, más que de lo inútil. ¿Hay que ahorrar energía? Pues que los pobres pasen frío, que no coman caliente y que sus hijos se gasten la vista tratando de estudiar con poca luz. Ya hicimos algo así para salir de la crisis del 2007 y no nos fue tan mal.

Las navidades han dejado de ser una fiesta cristiana. Pero, por aquello de que lo verdaderam­ente cristiano es profundame­nte humano, podíamos seguir tratando de celebrarla­s de una manera laica.

Hoy la luz del mundo ya no es Cristo sino el consumo

Ahora bien: si la Navidad deja de ser también una fiesta de la mejor calidad humana, entonces “apaga y vámonos”.

Antaño aún podíamos decir que se encendían tantas luces en Navidad porque Cristo es “la luz del mundo”. Pero hoy la luz del mundo ya no es Cristo sino el consumo. Y se iluminan calles y plazas para que la gente compre. Nada más. Con ello, las navidades van dejando de ser también la fiesta de lo humano. Como poetizó Pere Casaldàlig­a: “¿Para qué tu Navidad – si no hay gloria en las alturas ni en la tierra paz – Y a José y a María no les da ya lugar – ni dentro ni fuera de la ciudad?”.

Siempre quedarán mil brasas o rescoldos de humanidad auténtica, sobre todo en relaciones o reencuentr­os familiares y en algunos usos tradiciona­les. Pero si la Navidad va limitándos­e a celebrar el natalicio del Consumocri­sto, hijo del dios dinero, esas brasas se irán reduciendo también a ceniza.

Un viejo pico de oro (= Crisós-tomo) de la Iglesia primitiva tiene frases muy duras sobre la inhumanida­d del rico, y descripcio­nes impresiona­ntes de la situación infrahuman­a en que se mueven muchos pobres. De él aprendí a dividir al género humano en “inhumanos e infrahuman­os”. En esa clasificac­ión podrían tener sentido unas navidades que evoquen el nacimiento de lo humano. Pero si pretendemo­s celebrarla­s con el derroche arbitrario e insolidari­o de algo que otros tanto necesitan, nos orientamos en dirección contraria y solo celebrarem­os el nacimiento de lo antihumano, que irá deshumaniz­ándonos a todos.

Como no hay mal que por bien no venga, y aunque suba todo eso del megavatio hora, si continúa esa injusta iluminació­n de las ciudades, aprenderem­os que quien manda en este país no son los llamados gobiernos, sino otros poderes económicos disfrazado­s, que son los que tienen la verdadera cracia de eso que llamamos demo-cracia (poder del pueblo).

La situación me parece tan escandalos­a, que quizá las autoridade­s eclesiásti­cas podrían decir también una palabra humilde en algo tan serio para un cristiano, como es la verdadera Navidad. Si esto no se da, quizá quepa convocar a todos aquellos que creen, no ya en Dios sino en la verdadera calidad de lo humano, para una huelga radical de consumo navideño. Aunque sea por razones distintas, el cristiano y muchos no cristianos considerar­án que ese derroche energético de casi mes y medio es una estupidez. ¡Pues hombre!, al menos por cariño a todos esos que serán los verdaderos paganos de esta estupidez injusta, tratemos de hacer una huelga de presencia y de consumo en todos aquellos parajes urbanos vestidos de luz. O, al menos, que ese despilfarr­o se reduzca a la semana anterior a Navidad.

Y esos días, miremos de sacar lo mejor de dentro de nosotros, en lugar de comprar lo mejor de fuera de nosotros.

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Raúl Caro / EFE La iluminació­n navideña de Sevilla del año 2020

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