La Vanguardia (1ª edición)

‘Enfant de la patrie’

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Debe de ser difícil vivir sabiendo que eres perfecto. Tener el don divino, el cuerpo del héroe, la simpatía del niño, la patria gloriosa. Es difícil porque en primer lugar la perfección no existe.

Pero, sobre todo, porque si eres perfecto y la perfección no existe, lo normal es que acabes haciendo cosas que no encajen con tu maldita perfección. Kylian ha descubiert­o demasiado pronto el horror inevitable de no poder contentar a todo el mundo.

Un día atendió una llamada de Macron y al día siguiente se despertó siendo más francés que La marsellesa, que la torre Eiffel y que Juana de Arco juntos. Y además, multimillo­nario. Ahora es una gloria eterna del país más glorioso del universo (todos los países son inmortales, pero algunos son más inmortales que otros). Y apenas tiene 23 años.

Otro día recibió la llamada del ser superior, que levita rodeado de catorce ángeles que cantan sus alabanzas y las alabanzas de Don Santiago y cierra España, y no se le ocurrió otra cosa que sonreír y decir que no, mientras parecía afirmar con la cabeza. O quizá dijo que sí, y al mismo tiempo negaba dulcemente con esa expresión de quien jamás ha roto un plato, pero sí. Segurament­e Kylian, hijo de los hijos de los hijos de la Ilustració­n, es un hombre que cree en los matices, y un mundo tan blanco le debió de parecer abrumador e irreal.

O se vio a sí mismo, “le Poète est semblable au prince des nuées”, como el albatros de Baudelaire, tan blanco y tan torpe, enfrentado a la intransige­ncia de los devoradore­s de pipas del templo de Don Alfredo, “laissent piteusemen­t leurs grandes ailes blanches”.

O simplement­e hizo caso a mamá. Es hijo de Francia, pero su madastra es Qatar, y eso es algo que se hace difícil de perdonar, incluso para la sonrisa invencible del yerno perfecto. Comparte con los más brillantes de entre sus colegas la manera francesa y culta de moverse a cámara lenta, como el cruce perfecto de un bailarín soviético con una vedette del Tropicana, pero añade a esa delicadeza el estruendo de la estampida que inventó un brasileño que ha perdido definitiva­mente su batalla contra la báscula.

De hecho, Kylian podría ser perfectame­nte brasileño, o portugués, y hasta un poco argentino, pero él ha preferido ser Verlaine.

Mbappé es para las marcas como una bendición, y un regalo. Es un personaje de dibujos animados que transmite la felicidad más pura. Él no tiene la culpa de que el capitalism­o se haya enamorado tan locamente de su sonrisa. Pero eso tampoco le gusta a todo el mundo. Vaya por Dios.

“Et tout le reste est littératur­e”.

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Gusi Bejer

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