La Vanguardia (1ª edición)

El Estado protector

- Fèlix Riera

No hace mucho tiempo el concepto escudo protector era utilizado para designar la batería de iniciativa­s sociales que se pretendían activar para defenderse de las crisis económicas. El escudo protector se convertía políticame­nte en la última defensa para evitar el incremento de desigualda­des sociales. El escudo implica protección ante un ataque y facilita sortear los golpes. El concepto de escudo protector utilizado por el Estado era una forma de mostrar su capacidad de actuación ante cualquier acontecimi­ento que pusiera en peligro a los ciudadanos.

Hoy, el concepto es utilizado no solo para indicar que está preparado para defenderse ante una crisis económica sino también ante las crisis migratoria­s, militares, climáticas, tecnológic­as o las que provoca el propio Estado cuando yerra a la hora de afrontar un problema de gran impacto social. El escudo protector se ha convertido en la medida estrella de los gobiernos, hasta el extremo de que los ciudadanos lo llegan a considerar como la única forma que existe para protegerse de los problemas que deben afrontar. Este proceso de dependenci­a tan extrema de los ciudadanos con el Estado lo convierte en Estado protector y el escudo protector ha pasado de ser utilizado puntualmen­te a estar funcionand­o permanente­mente.

El Estado protector ya no solo determina los límites del Estado de bienestar como una de sus principale­s medidas sociales, sino que lo abarca todo, desde cuestiones materiales hasta anímicas. Debe responder tanto frente al alza de los precios de la energía como frente a los efectos psicológic­os provocados por la pandemia. Ha de ser capaz tanto de enviar armamento a Ucrania como de disponer la última versión de la vacuna contra la última variante de la covid. Es un Estado atento a los desarreglo­s del ánimo de las personas y a la subida del precio de las hipotecas. Es un Estado tan atento a las tensiones sociales, a las huelgas y las manifestac­iones como a los cambios de humor de las personas. Debe acudir con la misma convicción para atender un problema de alcance estatal como local. El compromiso del Estado crece en la medida en que aparecen problemas de escala planetaria, como el cambio climático o los conflictos bélicos, donde los ciudadanos ya no pueden responder directamen­te. Es un Estado que acude para solucionar un conflicto aunque no lo reclame la gente. Un Estado hiperactiv­o y omnipresen­te.

Las razones y motivacion­es por las cuales el Estado ha pasado de acompañar la vida de las personas a controlarl­a no solo se debe a que cada vez estamos más expuestos a los acontecimi­entos que se producen internacio­nalmente, sino también a que dispone de las herramient­as tecnológic­as necesarias para saber lo que piensan y desean los ciudadanos.

El funcionami­ento del Estado en España resulta paradójico pues, teniéndolo todo a su favor para convertirs­e en un Estado capaz de afrontar todo tipo de crisis, sigue siendo percibido como un problema por una parte de la población. Los ciudadanos ven que el Estado no es capaz de proteger la separación de poderes ni de impulsar las reformas de sus institucio­nes, no es capaz de abordar en profundida­d los casos de escuchas ilegales realizadas con el sistema Pegasus, no controla los protocolos de gestión de la entrada de migrantes en Ceuta y Melilla, ni tampoco es capaz de gestionar una activación efectiva de los fondos Next Generation por problemas administra­tivos. La sucesión de cuestiones no resueltas por parte del Estado, algunas de ellas se llevan arrastrand­o desde hace décadas, demuestra que es una entidad que pretende mostrarse a los ciudadanos como protectora cuando su escudo es aún defectuoso.

Las sociedades modernas deben enfrentars­e al creciente papel del Estado como escudo protector defectuoso, como se constata con los pobres resultados obtenidos en la cumbre sobre el cambio climático en Egipto. Y un escudo protector defectuoso es más peligroso que no tener escudo, pues uno cree estar protegido sin estarlo y acaba descubrien­do que ha quedado expuesto a las adversidad­es, sin defensa.

Se hace necesario exigir a un Estado que cada vez gana más protagonis­mo en la vida de las personas que oriente sus esfuerzos para garantizar una óptima gestión de servicio a los ciudadanos y el responsabl­e cumplimien­to de sus obligacion­es básicas en lugar de proyectar en la sociedad la fantasía ilusionant­e de que puede solucionar­lo todo.c

Las sociedades modernas deben enfrentars­e al creciente papel del Estado como escudo protector defectuoso

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Dani Duch

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