La Vanguardia (1ª edición)

Pesadilla oriental antes de Navidad

- Jordi Basté QUEDADO ESPECIAL

Con una moralidad que parece sacada del bidé del obispo de Alcalá, la FIFA ha prohibido mostrar brazaletes del arco iris en apoyo a la comunidad LGTBI. Al paso que vamos se tendrá que enviar un avión medicaliza­do destino Doha, lleno de psicólogos, y exponer a los qataríes e Infantinos varios asuntos tan primarios como la naturaleza de la homosexual­idad. Y si no se dan los frutos deseados pues nada, se les envía al padre Buenaventu­ra Wainwright que hace una década anunciaba que sabía curar la homosexual­idad tal que el padre Vicente Mundina sanaba las plantas. El sacerdote Buenaventu­ra, de Caravaca (no él, es el pueblo mexicano donde vivía), tenía una receta milagrosa: la castidad. La castidad del presidente de la FIFA Gianni Infantino, por poner un ejemplo de qatarí adoptado, debe tener alternativ­as como coitos diversos (estilo necrofilia o zoofilia) o, íntimament­e, el goce en fila de a uno.

Infantino está alcanzando dotes de locura de cencerro en el cuello y embudo en la cabeza. La Federación Internacio­nal de Fútbol se ha vendido a este salón de belleza que es el palco de Qatar con un emir –según se leía ayer en La Vanguardia– con tres mujeres y trece hijos porque ya sabemos que a uno de estos, cuando copula, le pasa igual que a la española cuando besa, copula de verdad.

Sinceramen­te le obligaría a ver a Infantino el documental de la historia de Justin Fashanu explicada en la BBC titulada Fallen Hero. Fashanu fue futbolista del Nottingham

Forest y se suicidó, por una demostrada falsedad, años después de declararse públicamen­te gay en el año 1990. Vivió trauma tras trauma hasta la muerte final.

Que federacion­es de países tan democrátic­amente consolidad­os como Alemania, Dinamarca, Inglaterra, Gales, Bélgica, Países Bajos o Suiza no permitan, por miedo a sanciones deportivas, no llevar un brazalete con el arco iris en apoyo al colectivo LGTBI es una pesadilla oriental antes de Navidad. Un cuento sin gays ni lesbianas, con mujeres tapadas de negro encerradas en jaulas con vistas, con alcohol solo apto para palacios...

Cuesta de entender todo lo de Qatar, lo de la FIFA y el baboso miedo de las Federacion­es. Sería sensaciona­l que, en medio de este remake de Gorilas en la niebla, apareciera­n dos valientes futbolista­s heterosexu­ales, pansexuale­s, asexuales o que practiquen el sexo como les salga de las gónadas, besándose en la boca (con lengua o sin, según el menú) para celebrar un gol en el Mundial. No se entiende que estos goces sexuales devengan en histéricas decisiones como prohibir los brazaletes con el arco iris.

Hemos visto futbolista­s horteras enseñando camisetas felicitand­o a la novia con una caligrafía aprendida en clases particular­es dadas probableme­nte por Goofy, capitanes de equipos besuqueand­o el anillo como pidiendo perdón a la pareja por posibles bolos y grandes divos marcando músculos (en el torso, no en el cerebro)... En cambio no se puede recordar con un trozo de tela en el antebrazo de un futbolista que la gente se besa con quien le plazca.

El fútbol, como el régimen de Qatar, como el presidente de la FIFA, como esos aficionado­s que gritan “maricón” a un deportista en cualquier estadio, no trata la homosexual­idad como una condición de vida, lo hace como si fuera una tara.

¿Cómo deben de sentirse hoy los chavales gays que, gustándole­s el fútbol, ven cómo en un Mundial ni tienen referentes ni nadie que les defienda? Una Copa del Mundo con unos valores asquerosos y putrefacto­s.

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