La Vanguardia (1ª edición)

De Aznar a Feijóo

- Antoni Puigverd

En la entrevista que concedió al director de nuestro diario, Núñez Feijóo sostenía que no hay nada que arreglar en Catalunya, salvo cuestiones técnicas, vagamente descritas (fiscalidad e infraestru­cturas), aliñadas con unas tópicas apelacione­s a la concordia entre catalanes. En Catalunya, dice Feijóo, se ha producido una ruptura del pacto constituci­onal. Al aliarse con los independen­tistas, el PSOE es cómplice de esa ruptura.

Como ocurre siempre que se describen problemas complejos, las cosas que dice Feijóo sobre la cuestión catalana no son falsas. Hay ciertament­e un problema de fiscalidad, de infraestru­cturas y de concordia interna. Pero hay mucho más. El “problema catalán” es en realidad el “problema español”, pues está vinculado a la visión que se tiene de España: o francesa (unitaria) o germánica (federal).

El PP tiene una visión unitarista, que Aznar volvió a forjar, modernizán­dola, tras el paréntesis de la transición. Es la visión de una España a la francesa. Para implementa­rla, es necesario reducir la pluralidad a mínimos. Recordaban Ernest Lluch y Herrero de Miñón que existe otra visión posible de España, más inclusiva y enriqueced­ora: el modelo austracist­a. Convertir la pluralidad en una suma (que acumularía mayor fuerza que la reductiva uniformida­d). Esta visión federaliza­nte está esbozada en la Constituci­ón, pero su despliegue hipotético fue abortado por Aznar, que blindó la opción unitarista. La sentencia del TC sobre el Estatut confirmó el blindaje. Desde entonces, España da vueltas a un círculo vicioso. La derecha española (de Aznar a Feijóo) no cede un palmo. Nada de lo ocurrido en Catalunya puede entenderse sin la energía reductiva que generó Aznar, pero el PP no se siente para nada responsabl­e de lo que ha sucedido. El PP solo contempla la derrota de todas las aspiracion­es catalanas (no solo de las independen­tistas).

Si el PP accediera a revisar su visión, el resto de partidos del arco político tendría la posibilida­d de replantear la suya. Y se entraría en una nueva etapa constituye­nte, reformista y positivame­nte inclusiva. Pero el PP no va a abandonar su posición. No solo por razones tácticas (obliga al PSOE, menos fuerte como partido, a actuar como vendepatri­as, forzándole a alianzas fácilmente criticable­s); también por razones estratégic­as: el avance de Madrid (fagocitand­o las energías de toda

Todo depende de la visión que se tiene de España: o francesa o germánica

España) es imparable. El PP obliga a Catalunya (y a otros territorio­s: Valencia) a competir con Madrid con un brazo atado a la espalda o a cometer errores como los del procés. El PP cree que la España uniforme, planchada a la francesa, caerá como fruta madura. No cederá el PP, aunque la coalición periférica y socialista, reactiva más que positiva, obtenga mayorías (siempre precarias). Madrid como París de España y Londres de Latinoamér­ica: este es el proyecto. No casa con el espíritu de la Constituci­ón, pero tiene buenas cartas. O al menos eso creen las élites de Madrid. Nunca abandonará­n la espada forjada por Aznar.

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