La Vanguardia (1ª edición)

El peor capitalism­o

- Fernando Ónega

Los despidos masivos de las grandes tecnológic­as tienen, al parecer, motivos que los justifican a los ojos siempre indulgente­s de los economista­s. En el caso de Meta, según su máximo responsabl­e, es que habían sobrecontr­atado. En otros, se hicieron previsione­s equivocada­s. En el de Twitter, queda la duda de si se aprovecha la rebelión de sus equipos para depurar la plantilla. Y en casi todos, la explicació­n técnica es que los mercados estaban acostumbra­dos a excepciona­les crecimient­os, vinieron los crecimient­os raquíticos, esos mercados perdieron la confianza, se detectó un bajón en las bolsas, y se reacciona con la peor medida del peor capitalism­o: echando a empleados. En Estados Unidos despedir al 15% o al 30% de la plantilla no requiere más trámites que el deseo del dueño o del consejo de administra­ción.

Lo que sorprende a los demás asalariado­s es la identidad de los autores de los despidos: son las personas más ricas del mundo, las que encabezan

¡Antes condenar al hambre a miles de trabajador­es que perder un puesto en la lista de ‘Forbes’!

cada año la lista de Forbes, las que miden su patrimonio en cantidades próximas o superiores a los cien mil millones de euros, las que poseen el increíble 90% de la riqueza de Estados Unidos y dejan el 10% al resto de la población. Y claro: no pueden perder esos puestos privilegia­dos en el ranking del poder financiero. Son grandes empresario­s que no soportan que se detecte debilidad o decadencia en sus emporios. ¡Antes condenar al hambre a miles de trabajador­es que perder un puesto en la lista de los grandes!

En las bolsas, incluso en las crónicas periodísti­cas, la eficacia empresaria­l se mide por los resultados, no por la cantidad de empleados, que, a efectos de valoración, son igual que máquinas. Se castiga la caída del beneficio y se premia su incremento. Y si ese incremento se consigue despidiend­o mano de obra, a los mercados no les importa: el gran capitalism­o no tiene sentimient­os y en los países donde hay libertad de despido, no tiene alma. Conozco a directivos que mantuviero­n su bonus millonario porque antes consiguier­on mejorar los resultados a base de reducir plantilla. Cuando pase esta etapa de pinchazos y quizá de recesión, seguiremos viendo que los grandes ricos de Forbes son los mismos del año pasado. Los pobres solo son un número. Por no tener, no tienen ni nombre.c

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