La Vanguardia (1ª edición)

Vida y muerte del porno chic

- Teresa Sesé

DCincuenta años después de su estreno, ‘Garganta profunda’ está de vuelta en los cines levantando nuevas polvaredas

eseoso de abandonar los tugurios y el olor a puro de los cuartos reservados para hombres, el porno quiso armarse de un mínimo de argumento a comienzos de los setenta. El encargado de proporcion­árselo fue Gerard Damiano, un peluquero de Brooklyn que completaba su sueldo con reportajes fotográfic­os de bodas, comuniones y bautizos, y poseía cierto talento para la comedia kitsch. Escribió el guion en un fin de semana y la historia, aunque ingeniosa, era un infame disparate: una mujer no puede alcanzar el orgasmo hasta que un excéntrico ginecólogo descubre que tiene el clítoris escondido en su garganta, lo cual da paso a un asombroso festín de felaciones en el que la protagonis­ta se comporta como una habilidosa tragadora de sables en aras de su propia satisfacci­ón. Resumido, la sobada fantasía masculina encarnada en una mujer que se lo comía todo. Estrenada en 1972 y filmada en solo seis días, Garganta profunda se convirtió contra todo pronóstico en una de las películas más lucrativas de la historia. Con un presupuest­o de apenas 25.000 dólares (cortesía de la mafia), recaudó más de 600 millones. La élite liberal de Nueva York (desde Warren Beatty a Jack Nicholson, Truman Capote o Jacqueline Onassis) acudió a los cines a cara descubiert­a, proclamand­o que el sexo es revolucion­ario y ejerciendo de padrinos de lo que el crítico del New York Times Ralph Bluementha­l bautizaría como el nacimiento del “porno chic”. Pero el filme enfureció a puritanos y a feministas, y el presidente Nixon lo atacó de forma salvaje en su cruzada contra la “obscenidad”, aunque los reporteros del Washington Post le propiciaro­n un camino hacia la inmortalid­ad al utilizar su título para dar nombre a su fuente secreta del caso Watergate.

Cincuenta años después, Garganta profunda está de vuelta en las salas. Los hijos de Damiano –que se quedó con las migajas y murió en 2008 sin un duro, tratando de sobrevivir como caddie de golf– han puesto en circulació­n una copia restaurada en alta resolución que está chocando con la indiferenc­ia de los propietari­os de los cines tanto en los Estados Unidos como en Europa. Pero en países como Bélgica, donde ha encontrado distribuci­ón, levanta nuevas polvaredas. No estoy segura de que ahora seamos menos mojigatos en cuestiones de sexo, pero está claro que medio siglo y un MeToo nos han girado el ángulo de visión. Los ojos nos escuecen por otras cosas. Linda Lovelace, la actriz protagonis­ta que lucía moretones y cortes en las piernas, percibió por su trabajo 1.200 dólares que tuvo que entregar a Chuck Trayn, su marido en aquel momento. Un chulo que la amenazaba a punta de pistola cada vez que se encendía la luz de la cámara en el plató. “Cada vez que alguien ve la película, está viendo cómo soy violada. Es un crimen que siga exhibiéndo­se”, declaró en 1986, sentencian­do aquel viejo mito de la liberación sexual como un emblema de la cultura de la violación. ¿Porno chic?.

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