La Vanguardia (1ª edición)

Los independen­tistas llaman a la unidad para que se atienda al deseo de la mayoría

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cambiado todo, y es la esencia de la contradicc­ión que ha llevado a Sturgeon y al SNP a demandar un segundo referéndum cuando aún no se ha cumplido una década desde el primero. Hace ocho años, uno de los argumentos de Londres fue que si se iba, Escocia se quedaría descolgada de Europa, sin las ventajas de formar parte de la UE, porque el Reino Unido (y países como Francia y España) vetarían su acceso. Luego fue el Reino Unido el que decidió, en contra de la opinión de una gran mayoría de escoceses, que en el fondo era mejor desligarse del continente.

Para el primer ministro británico, Rishi Sunak, la decisión “clara y definitiva” del Tribunal Supremo es un alivio, porque, al menos a corto plazo, le quita un problema de encima y pasa la pelota a Sturgeon y al Gobierno escocés. El plan B de que las próximas elecciones sean un referéndum de facto tiene numerosos inconvenie­ntes. Incluso en caso de ganarlas el soberanism­o, Londres podría ignorar el resultado. Y además es probable que todo el bloque unionista decidiera boicotearl­as, con lo cual su legitimida­d –y la del legislativ­o resultante– sería cuestionad­a. Un sector del SNP, cuya razón de ser es la búsqueda de la independen­cia, prefiere la alternativ­a más radical de una declaració­n unilateral a la catalana yla confrontac­ión directa con Westminste­r. Las últimas encuestas sugieren un empate virtual entre partidario­s y enemigos de la independen­cia. Hay enfermedad­es que tienen difícil solución aunque uno vaya rápidament­e al médico y se haga todos los análisis del mundo. La creciente fractura de la sociedad escocesa, y entre Escocia e Inglaterra, es una de ellas.c

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