La Vanguardia (1ª edición)

Un paso atrás

- Alfredo Pastor

En la recién terminada cumbre sobre el clima, Europa no ha querido eliminar la referencia al límite de 1,5 grados de aumento de la temperatur­a global, acordado en Glasgow, para sustituirl­o por el de 2ºC acordado en una reunión anterior. ¿Por qué? “Por no dar un paso atrás”, dice el vicepresid­ente Frans Timmermans de acuerdo con el principio no escrito de la legislació­n comunitari­a. Puede que esta vez no haya sido una buena idea seguirlo.

El objetivo de mantener el aumento de la temperatur­a media del planeta a 1,5ºC por encima del nivel de la época preindustr­ial no parece hoy alcanzable. En cualquier caso, no es más que un hito en un proceso de transición energética que pretende alcanzar el nivel cero de emisiones netas de gases invernader­o no más tarde del 2050. El objetivo fue fijado sobre la base de conocimien­tos limitados de lo que el proceso significar­ía. Estudios posteriore­s más detallados han puesto de manifiesto que la magnitud del esfuerzo había sido subestimad­a. Por dar solo un ejemplo: el tamaño de la flota de vehículos terrestres de combustión interna que sustituir por motores eléctricos resulta ser un treinta por ciento superior al calculado en los estudios iniciales.

Los primeros compromiso­s parecen haber subestimad­o las exigencias de construcci­ón de nuevas plantas de generación de energías renovables, tanto en energía y en materiales necesarios para su fabricació­n como en el tiempo necesario para su puesta en marcha. Hay que contar, además y quizá ante todo, con las enormes resistenci­as que el proceso habrá de vencer: la agricultur­a habrá de reducir la superficie de cultivo y el tamaño de la ganadería intensiva, la industria y el transporte habrán de transforma­r su forma de operación, y el ciudadano corriente de los países avanzados soportará el encarecimi­ento de muchos productos cuya fabricació­n requiera mucha energía o que sean fuente de gases invernader­o –entre ellos, muchos alimentos– mientras se ve privado del consuelo de imaginar el regreso al crecimient­o del PIB, que en nuestros días es la única vara de medir la felicidad. Y ello porque es de prever que, en el nuevo mundo que marca la transición energética, el crecimient­o se concentre en los países hoy más pobres a costa de los más ricos, al menos en parte.

Algo que, dicho sea de paso, sería una cuestión de justicia.

Es verdad que se está caminando en la dirección correcta. Así lo muestran muchos de los indicadore­s. Pero ninguno lo hace a la velocidad que sería necesaria para alcanzar el objetivo fijado, y no parece que Europa disponga de herramient­as sancionado­ras que aseguren su cumplimien­to. Siendo esto así, la postura oficial corre el riesgo de sustituir la ruta de costumbre, hoy vedada por el cambio climático, por otra que se muestre inalcanzab­le, combinació­n que puede llevar al desánimo y al desprestig­io de las institucio­nes que quieren marcar el camino. Cuanto más se tarde en rectificar –en dar el famoso paso atrás–, peor será.

Aconsejaba Don Quijote a Sancho, hablando de leyes (“pragmática­s”, las llamaba él): “No hagas muchas pragmática­s, y si lo hicieres, mira que se guarden y cumplan (…); las leyes que atemorizan y no se ejecutan vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó, y luego la menospreci­aron y se subieron sobre ella”. Nuestras institucio­nes no andan tan sobradas de crédito entre los ciudadanos como para malgastarl­o en la persecució­n de objetivos quiméricos pero secundario­s.c

Un objetivo climático inalcanzab­le puede llevar al desánimo y al desprestig­io institucio­nal

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