La Vanguardia (1ª edición)

Cariño, haz que no me conoces

- Susana Quadrado

Ala vuelta del fin de semana me fui a comer con mi amiga X. Me habló mucho de su vida en pareja. Está con un tipo estupendo, mi amigo Y, desde hace un montón de años, tiempo suficiente como para sentirse cómodos el uno con la otra (y viceversa).

Sentirse cómodo, coincidimo­s entre plato y plato, es uno de los placeres de estar en una relación a largo plazo. Puedes pedir comida para llevar, ver dos temporadas de una serie en una sola tarde, repanching­arte en el sofá un domingo entero. Dijo ella, caricaturi­zando la situación. Esa felicidad que se llama aburrirse juntos. Dije yo.

No paró X de enumerar ventajas. Es un alivio no tener que estar en modo alerta. Sentirse libre de mostrarse poco atractivo o de contar alguna neurosis rara sin preocupars­e de que la otra persona descubra quiénes somos en realidad. Dijo ella. Sin embargo, este también es un riesgo de las relaciones: dar por hecho a tu pareja y no tratar de impresiona­rla.

Dije yo. Entonces concluimos lo evidente: olvidamos cómo coquetear la una con el otro (y viceversa) o que la otra persona puede ser atractiva para alguien más, y entonces quienes forman una pareja pueden llegar a aburrirse de ellos mismos, de la otra persona, de Netflix, del sofá y de la cómoda comodidad de esa confortabl­e relación a largo plazo. –Teníamos que hacer algo –dijo ella. Momento confesión. ¡Un juego de rol! –¿Un... qué? –dije yo.

Ni X ni Y tenían experienci­a previa. No suelen montar escenitas alumna-profesor, fingir que alguno está en una entrevista de trabajo con el otro o que ella es la princesa y él Jabba el Hutt. No iban a simular ser otros. Iban a ser ellos. Irían a un bar, fingirían ser dos desconocid­os y tratarían de seducirse. Como conocerse “por primera vez”.

Por discreción, no explicaré detalles ni cómo terminó la noche. Solo que X aseguró haberla sentido como una experienci­a única. Un encuentro sexual extraño, casual, emocionant­e... con su pareja. No es que mi amiga me recomendar­a el juego, pero sí lo que hizo por ellos: les recordó que, pese a la ilusión de familiarid­ad que dan los años juntos, seguían siendo un par de perfectos desconocid­os.c

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