La Vanguardia (1ª edición)

El espejismo que ya vivimos

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Entre 1986 y 2000, el musical de producción propia vivió su edad dorada en Barcelona. Tenía el favor del público y el suficiente prestigio para que el TNC, el Centre Dramàtic Nacional (Teatre Romea), la Companyia de Josep Maria Flotats en el Poliorama o el Teatre Lliure no dudaran en incluir este género en sus temporadas. Todo gracias al empeño de figuras como Ricard Reguant y compañías como Dagoll Dagom, que algunos años antes ya habían abonado el terreno para que finalmente en 1988 estallara el fenómeno de Mar i cel. El descubrimi­ento feliz que la épica literaria de Les misérables se podría replicar aquí con un texto de Guimerà.

Se dibuja entonces en el horizonte el espejismo que una industria catalana dedicada a producir grandes musicales es posible sin recurrir a la franquicia. La fatamorgan­a continúa en 1992 con Flor de nit y se eleva gloriosa en 1995 con los estrenos de Sweeney Todd, Cegada de amor y Germans de sang. Entonces

la ilusión comienza a flaquear a pesar de produccion­es notables como Company,

Guys & dolls, A little night music o El temps de Planck. El batacazo económico de Gaudí en el 2002 en el Barcelona Teatre Musical –el intento de Focus de gestionar un escenario para grandes musicales y aforos– hace estallar esta ilusión.

En realidad, en todo este tiempo de confianza ciega en el éxito no se había creado el entorno económico-artístico necesario para asentar una industria teatral suficiente para mantener vivo el género cuando llegaran los malos tiempos. El gran público –imprescind­ible para mantener la costosa maquinaria de producción de estos espectácul­os– nunca consideró Barcelona como una capital del ocio teatral, y los espectador­esturistas del gran arco regional dibujado por Pasqual Maragall tampoco se vieron interpelad­os a alimentar esta industria que podría ufanarse de tener una alternativ­a, en calidad y cantidad, en catalán. Con el fracaso llegó la retirada de los escenarios públicos y el cuidado de los privados. A la mínima desafecció­n se desvirtuab­an proyectos tan ilusionant­es como el Onyric. Un vacío ocupado por las produccion­es clones itinerante­s que visitan Barcelona como una plaza de paso. El dinero se hace en Madrid.

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