La Vanguardia (1ª edición)

Rusiñol y las podas catastrófi­cas

- Julià Guillamon

LLo más desesperan­te de este desaguisad­o de podas hechas con toda la mala pata es que no se trata de algo nuevo

lega el frío y empiezan las podas. Empiezan también las quejas de gente cabal que no entiende porque se poda de forma tan chapucera. Hace unos días, el biólogo Josep M. Mallarach denunciaba el caso del único tilo de la plaza Pia Almoina de Olot –un tilo vigoroso y joven–, podado cuando todavía tenía las ramas verdes. El día anterior en el diario Regió 7, Joan Guitart Comelles, responsabl­e del Àrea de Gestió d’Arbrat de Barcelona, decía que, a su entender, no se debería podar nunca. Que la idea que podar es bueno para los árboles es un mito. Que cada árbol tiene su arquitectu­ra y que el propio árbol se desprende de las ramas que no le sirven. Que en la ciudad hay que podar por razones de seguridad y para adaptar los árboles al espacio aéreo disponible. Pero que en el momento de intervenir hay que andarse con cuidado para no estropear la estructura de la planta. En los últimos años en Barcelona se ha introducid­o una nueva política de podas, y se deja que los árboles crezcan a su aire. Estaría bien que en muchos pueblos y ciudades de Catalunya, en los que se poda tan rematadame­nte mal, llamaran un momentito a Joan Guitart Comelles y que se organizara algún curso de poda y de desbrozar herbazales para componente­s de las brigadas municipale­s. En el árbol de la plazoleta de mi pueblo que los podadores han dejado pelado como un candelabro, ahora le están enrollando metros y metros de manguera de led de decoración navideña. Qué cosas.

Lo más desesperan­te de este desaguisad­o de podas hechas con toda la mala pata es que no se trata de algo nuevo: ¡el problema se arrastra desde hace más de un siglo! El 12 de marzo de 1909 Santiago Rusiñol publicó en el Glossari de L’Esquella de la Torratxa un artículo titulado “Els pobres arbres”. Dice que cada año, pasado el mes de enero, aparecen unos tipos con unas escaleras como máquinas de apagar incendios. Y que por donde pasan estos hombres ¡adiós árboles!. “Si hi ha un branquilló que vol volar l’escapcen i li tallen les ales; si hi ha un tronc que vol revifar-se el sangren; i ens deixen els nostres passeigs només amb soques posades en rengle”. Y entonces viene una reflexión que se parece mucho a lo que dice Joan Guitart Comelles, responsabl­e del Àrea de Gestió d’Arbrat de Barcelona. “L’arbre, quan no l’inquieten, sap lo que es fa, té fesomia; sap cap a on té d’enviar les branques, i com ha de doblar-les, i com ha de créixer (...) l’arbre sap desarrolla­r-se quan li deixen les facultats; té l’instint d’arbre que el guia, i sap posar-se bellament, i deixar caure les branques amb noblesa, i mirar enlaire amb dignitat, i ombrejar com li correspon. El jardiner ha de conèixer-li els instints i el té de guiar, i si el retalla i vol jardinejar-lo, ha d’ésser seguint el seu ritme; fent ritmes de branques i versos de troncs; dibuixant formes i estilitzan­t-les, no amb estisores sinó amb art”. ¡1909! ¡Qué manera de desaprovec­har el tiempo! ¿Por qué no se hace nada?

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