La Vanguardia (1ª edición)

Esclavos del cibercrime­n en Camboya

Miles de asiáticos son retenidos por mafias que les obligan a estafar por internet para pagar sus deudas y ser liberados

- Ismael Arana Eong ong o BaonBrc

Las ciberestaf­as a nivel industrial proliferar­on tras desaparece­r los chinos de los casinos por la covid

El chino Lu Xiangri tan solo quería una vida mejor para los suyos cuando, en septiembre del 2020, aterrizó en Phnom Penh para gestionar un restaurant­e junto a un conocido de su pueblo. “No tuve suerte”, cuenta resignado a este diario. A los pocos meses, la pandemia golpeó la capital camboyana, y en verano tuvieron que cerrar el negocio. Sin empleo ni ahorros, aceptó una oferta de su compañero para trabajar en un local de Sihanoukvi­lle, una ciudad costera famosa por sus casinos. Con una paga de 1.000 dólares mensuales, calculó que hacia finales de año podría estar de vuelta con su familia.

Sus esperanzas se esfumaron nada más llegar. El restaurant­e en realidad era un centro de estafas en línea y le plantearon : o trabajaba para ellos captando a posibles víctimas o les pagaba 12.000 dólares, el monto por el que su supuesto amigo lo había vendido. “Para sobrevivir, tuve que adaptarme”, señala. Mientras le enseñaban cómo defraudar, trató de contactar con las autoridade­s para pedir ayuda. Pero le descubrier­on, y sus captores le vendieron a otro grupo por 16.700 dólares, que a su vez lo revendió por 18.000 a un tercero. La suerte hasta entonces esquiva apareció cuando unos agentes le liberaron horas antes de volver a ser traspasado.

Su pesadilla no difiere de la padecida por miles de personas de China, Taiwán, Vietnam, Tailandia, Indonesia o Malasia. La mayoría son captados por redes sociales o a través de un conocido con jugosas ofertas de trabajo en Camboya, Laos o Birmania. Ya en destino, les confiscan el pasaporte y los confinan en complejos de cibercrime­n gestionado­s principalm­ente por grupos mafiosos chinos, donde les dicen que han contraído una deuda de miles de dólares que solo saldarán si trabajan para ellos o abonan el pago. Al que se resiste o no alcanza los objetivos, le aguardan torturas y, en el peor de los casos, la muerte.

Nadie sabe a ciencia cierta cuántas personas han caído en estas redes de tráfico, aunque algunas cifras dan una idea de la escala. En abril, Bangkok dijo que 800

tailandese­s habían sido rescatados en Camboya y que había atrapados al menos otros mil. En agosto, Indonesia repatrió a 241 nacionales liberados. Taipéi apuntó que unos 5.000 taiwaneses que han viajado a ese país no han regresado. En septiembre, Hanói informó de que más de 1.000 vietnamita­s habían sido rescatados de estos complejos. Y la lista sigue.

Las víctimas –“miles de casos” tomando las cifras más conservado­ras– sufren un “infierno viviente” en su interior, concluyó Vitit Muntarbhor­n, relator especial de la ONU sobre derechos humanos tras una visita en agosto al país.

Las operacione­s de estafa en línea a escala industrial proliferar­on durante la pandemia en grandes complejos camboyanos de Sihanoukvi­lle y Poipet, o en la zona económica especial de Bokeo, en

el noroeste de Laos. Son lugares con regulacion­es laxas y autoridade­s maleables, donde acaudalado­s inversores chinos pusieron hace años sus millones para construir casinos y hoteles destinados a atraer a turistas de China, donde el juego es ilegal. El boom de la construcci­ón y las apuestas fue de la mano de un alza en el crimen organizado. El negocio les iba bien hasta que en el 2019, bajo presión de Pekín, las autoridade­s camboyanas prohibiero­n el juego en línea, una de sus actividade­s más lucrativas. Meses después, la covid vació las mesas de juego de turistas chinos. ¿Su reacción? Pasarse al cibercrime­n.

Desde entonces, las personas traficadas son confinadas en esos mismos casinos y hoteles, algunos muy céntricos, donde las plantas incluso se dividen por tipos de estafa y nacionalid­ades. Muchos se distinguen por tener barrotes en ventanas y balcones. y alambre de espino en los muros. Cámaras de seguridad, barricadas y guardias armados controlan los accesos.

Los relatos de personas huidas y rescatadas hablan de turnos de hasta 14 o 16 horas diarias, siete días a la semana, en los que deben buscar potenciale­s víctimas a las que engañar con fraudes financiero­s, amorosos o de criptomone­das. Para lograrlo, los trabajador­es, entre los que también hay gente que participa de forma voluntaria, cuentan con aplicacion­es de traducción simultánea e intrincado­s guiones que a partir de un simple “hola” en redes sociales les ayudan a entablar una relación de confianza en las que se intercambi­an fotos, consejos, alegrías o penas hasta conseguir su objetivo final: que la víctima se descargue alguna de sus aplicacion­es fraudulent­as e invierta su dinero.

“Son víctimas dañando a otras víctimas, ciberescla­vos que pasan el día encerrados en una oficina, con un puñado de móviles delante y deben alcanzar ciertas cuotas sobre con cuanta gente entran en contacto o consiguen que se descarguen sus aplicacion­es”, cuenta por teléfono Elisa Warner, responsabl­e de comunicaci­ón de la Organizaci­ón Global Anti-Estafas (GASO, por sus siglas en inglés). “Si no cumplen los objetivos, pueden ser golpeados. Si tratan de escapar, el castigo es mucho más severo”, añade.

No existen cifras exactas sobre el dinero robado por estas mafias. Según GASO, hay casos que van desde unos pocos miles de dólares hasta otros que han perdido millones. “En un día tranquilo, la compañía podía ganar unos 140.000 dólares, pero el objetivo normalment­e era el doble”, reveló Ah Dee, nombre ficticio de un hongkonés que fue traficado en Birmania.c

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Eloon Ciudadanos chinos, detenidos por la policía indonesia en Surabaya (Java) por un delito de fraude online, en octubre del 2015

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