CONGO La cicatriz líquida de África
La anciana apareció entre dos chozas de adobe con un gorro verde de lana calado hasta las cejas y una radio colgada del cuello. Se acercó con una expresión risueña que duró poco. Apenas un interrogante.
“¿Buscas la fuente del río Congo? ¡No puedes ir! —bramó—, está prohibido visitarla sin permiso de los ancestros. ¡Sin su bendición, la selva te atrapará para siempre!”
El punto exacto donde brota el río Congo es un rincón de supersticiones profundas. Situada a las afueras de Munema, una aldea remota entre el sureste de República Democrática del Congo y la frontera de Zambia, en la histórica provincia de Katanga, la fuente del “río que devora a otros ríos” es un lugar sagrado donde se deben respetar rituales estrictos. El jefe tradicional de Munema, Kampotela Nkiembe, recibe a quienes se aventuran hasta allí con una advertencia. Los ancestros solo permiten el acceso al manantial si detectan bondad en el alma del visitante. Para saberlo, hace falta sangre o cartera: sacrificar una gallina o hundir unos billetes de francos congoleses en el manantial. No respetar la tradición provoca la ira implacable de los antepasados: la fuente se seca para siempre y ocasiona el desastre. “Este es el inicio de todo Congo, no solo del río, aquí empieza nuestra tierra, nuestro país –dice Kampotela–, el río significa vida, pero también sufrimiento. Si no se respeta la fuente, hay sufrimiento porque nuestros ancestros se sienten olvidados”.
La reverencia por ese pequeño manantial es comprensible. De allí brota una lengua de agua de más de 4.700 kilómetros de longitud que se adentra en las entrañas del continente africano como una serpiente retorcida y constituye un vía indispensable de comunicación e intercambio comercial y cultural. El Congo es la principal autopista líquida del país.
Del tamaño de casi cinco veces España, el Estado congoleño no tiene ni una carretera que conecte el este y el oeste del país , dispone de una red de ferrocarril anacrónica, por la que casi nunca circulan trenes, y los barcos tardan semanas o incluso meses en completar el mayor tramo navegable entre Kisangani y Kinshasa. Actualmente, el país cuenta con poco
más de 3.000 kilómetros de carreteras asfaltadas que en su mayoría conducen hacia el mar o a los países vecinos para la exportación de minerales e importación de mercancías.
David Itwa, capitán del Lunda Nkimba, una vieja barcaza de madera de veinte metros de eslora que transporta mercancías por el primer tramo navegable de 650 kilómetros entre Bukama y Kongolo, da gracias al cielo por vivir junto a un río con alma de mar: en algunos tramos el río tiene 220 metros de profundidad y supera los veinte kilómetros de ancho.
“En la zona del este del país, sin carreteras decentes y con los ca
minos controlados por grupos rebeldes, el Congo nos permite comerciar y poder dar de comer a nuestras familias. Sin él, viviríamos aislados”.
En un territorio casi inexpugnable —la selva del Congo forma el segundo mayor pulmón verde del planeta después del Amazonas– la importancia histórica del río como única vía de paso fue primordial tanto para exploradores como el legendario Henry Morton Stanley, el primer europeo en navegarlo entre 1874 y 1877, como para los negreros y esclavistas árabes como Tippu Tip, que propagaron el terror en las aldeas ribereñas y llevaron a cientos de miles de esclavos hacia Zanzíbar.
Kitanga Kizito Lazare, profesor de filosofía en la ciudad de Kasongo, epicentro de aquella trata de seres humanos hacia el este, señala la importancia del río como puerta de entrada del mundo exterior. “Durante siglos, cualquiera que venía de fuera, tanto europeos
como árabes, fue una amenaza. Y había algo en común: todos usaron el río para llevar a cabo sus planes de expolio”.
Para los habitantes de Congo, aquellos primeros contactos derivaron pronto en una rapacidad a escala industrial (con el descubrimiento de América y la popularización de las plantaciones, la demanda de esclavos se disparó) que supuso la quiebra social y la extinción de reinos como el Lunda o el Kongo.
El historiador congoleño Senga Kalunga Mugabo no duda de que aquellas incursiones a través del río provocaron el desastre. “Cuando los europeos llegaron a
El río, vía de transporte, comercio y mezcla cultural, abrió la región a la esclavitud y al expolio
“Sin carreteras y con los caminos controlados por rebeldes, el Congo nos deja comerciar”
EL EPO TAJE Tras navegar por el río Congo desde su fuente al mar, ‘La Vanguardia` inicia una serie sobre una tierra convulsa y diversa
las costas y la desembocadura del Congo todo cambió para peor.
Un hombre tuvo un protagonismo central en aquel derrumbe. A finales del siglo XIX y principios del XX, el rey belga Leopoldo II se sirvió de la experiencia en el terreno de Stanley y sumó su propia habilidad en los pasillos de poder europeos para convertir Congo en una propiedad privada. Se inició así una etapa de abuso despiadado que tras llenar las arcas del rey belga con el comercio de marfil, esclavos y caucho continuó con la explotación por parte del Estado belga del cobre y otras riquezas minerales.
Las heridas de aquel expolio, al que se sumaron las potencias mundiales tras la independencia congolesa de Bélgica en 1960, siguen abiertas. Pese a la enorme reserva de tesoros minerales en su subsuelo, Congo tiene la tercera mayor población pobre del mundo tras India y Nigeria. Un 73% de sus habitantes vive con menos de 1,90$ diarios, la tasa estipulada internacionalmente para definir la pobreza. Más de 80 millones de pobres. Todo el país es de una exuberancia desigual. Mientras Congo alberga más de la mitad de las reservas africanas de agua dulce, con ríos que podrían generar luz para todo el continente, solo un tercio de la población tiene acceso al agua potable y un 8% a electricidad.
El río, protagonista de guerras y rebeliones —en 1996, LaurentDesirée Kabila descendió el Congo para derrocar en la capital al dictador Mobutu— es hoy testigo de la tala despiadada de los bosques de sus orillas por empresas chinas y da testimonio mudo de nuevas pugnas geoestratégicas por minerales clave para móviles como el coltán o para el coche eléctrico como el cobalto.
En esta última batalla, Pekín ha tomado la delantera. Aunque Washington lleva décadas de inversiones e influencia en Congo, China ha tomado posiciones en las regiones ricas en cobalto. En los últimos años, Pekín ha comprado dos minas norteamericanas en suelo congolés durante el mandato de Barack Obama, más preocupado por la guerra de Afganistán y contra el Estado Islámico, y de Donald Trump, poco interesado en los shitholes o agujeros de mierda, como se refirió a los países africanos inestables. El gigante asiático ha reforzado sus posiciones en las zonas ricas en oro azul desde que sus grandes rivales en la partida de influencia continental, (Europa, Rusia y Estados Unidos) se han enzarzado en la guerra de Ucrania.
Para Augustine Erkam, cocinera del Mampeza, un barco de plataformas flotantes atestado de mercancías y 300 pasajeros, las consecuencias de que la riqueza congoleña acabe en bolsillos extranjeros o de élites corruptas locales empuja a miles de jóvenes al río. “Continuamente suben a bordo más y más chicos para buscarse la vida en la capital”, dice.
Cada día, barcazas, canoas o remolcadores decadentes descienden la corriente del Congo y propician un trasvase imparable desde las zonas rurales a la ciudades de Kinshasa y Brazzaville, dos capitales separadas por un río y que crecen demográficamente a un ritmo jamás visto. Kinshasa será un monstruo. Un estudio del Instituto Internacional de Medio Ambiente y Desarrollo prevé que en medio siglo Kinshasa sea, con 83 millones de habitantes, la segunda mayor ciudad del planeta por detrás de Lagos, en Nigeria.
Para Japhet Lokotombi, ingeniero electromagnético que había emprendido un viaje de tres semanas a bordo del Mampeza para reunirse con su mujer y su hijo en la capital, el río no es solo la columna vertebral de la región, es una oportunidad. “El Congo significa riqueza, poder y grandeur. El día que los dirigentes lo comprendan, será el principio del gran desarrollo de nuestro país”.c