Querido Pablo

Durante un tiempo, hace ya algunas décadas, quise llamarme Lucía para sentir alivio al mal de amores adolescente oyendo mil veces la canción homónima de Serrat. Y, para los que no vivieron aquellos tiempos, hay que explicar que las canciones se repetían a mano, tanto en los viejos tocatas como en los primitivos magnetófonos con teclas. Pa’lante y pa’tras, dale que te pego, hasta que lo tenías todo llorado.

A los efectos taumatúrgicos de Lucía se unió después el de los sones de Yolanda, lo que provocó la primera infidelidad conmigo misma al comenzar a fabular con cambiar mi nombre por el de la canción de nuestro querido Pablo Milanés. En el acta del bautismo me adjudicaron los nombre de María de los Ángeles Pilar María Goretti, por mi padre, por mi madre y por la pobre chica italiana que subió a los altares el año de mi nacimiento, tras ser santificada por resistirse a su violador. No había manera de que nadie titulara una canción con alguno de mis nombres, hasta que decidí hacerme llamar Angie, por el tema que Mick Jagger compuso para Angela Barnett, la primera mujer de David Bowie. En estas estaba cuando –voluble siempre, altanera a veces–, en un enésimo cambio de identidad, y seguramente desolada por algún inexplicable (entonces) abandono, estuve años firmando como Marian para hacer mía So long, Marianne, el maravilloso tema que Leonard Cohen dedicó a su primer amor, Marianne Ihlen.

Y así es la vida, de adolescente te crees todas las canciones de amor y ese mérito tienen todos los poetas que cantan, luego te las crees menos pero igualmente buscas, mecida por la música evocadora, esa frase que resuma lo que quieres, lo que tienes o lo que has perdido. Hoy toca dar las gracias a Pablo Milanés, que no solo me hizo desear llamarme Yolanda, también logró que en un viaje a Chile, en 1990, con un grupo de amigos, nada más llegar a Santiago corriéramos desde el hotel Carrera hasta la Alameda a rendir honores a los ausentes. Y ese sí fue un acto de amor correspondido.c