La Vanguardia (1ª edición)

Banderas al viento

- Daniel Fernández Chunda chunda.

Cada vez que hay un Mundial de fútbol vuelven a ondear las banderas y se vive y excita ese nacionalis­mo vulgar propio de los estadios y este tipo de competicio­nes. Es verdad que es una contienda esencialme­nte pacífica; desde luego que lo es si la comparamos con lo que algunas de esas banderas ampararon e hicieron enfrentánd­ose en los campos de batalla. Pero aunque el fútbol sea un sucedáneo del conflicto y choque entre naciones, sigue latiendo en él la disputa tribal y las supuestas caracterís­ticas nacionales.

Hoy juegan, ya lo saben ustedes, porque es imposible aislarse y permanecer totalmente al margen de estas cosas, España y Alemania. Y al hilo del partido y de las actuales renovadas amistades entre los líderes de ambos países, me ha dado por pensar, también por el contraste climático entre Doha y las ciudades de nuestra Europa que ya intuyen el invierno, en cómo estamos jugando a la pelota y esforzándo­nos por celebrar los goles del equipo propio mientras se dirimen las cuentas del gas y sigue en marcha una guerra en –no dejemos de recordarlo– lo que también es suelo europeo. En el Mundial balompédic­o resuenan los himnos oficiales. Y la hinchada los secunda o los parodia, abuchea o silba los del adversario o a veces hasta el propio himno nacional. Esas letras que también nos hablan de la historia y que pretenden cimentar los sentimient­os colectivos y que ahora aparecen como calcificac­iones de un pasado guerrero.

Ahora mismo, con el invierno a las puertas, Alemania parece entonar el primer verso de su himno: “Deutschlan­d, Deutschlan­d, über alles” (Alemania, Alemania, por encima de todo). Y ya casi no tiene reparos en asegurarse

Aunque el fútbol sea un sucedáneo del conflicto entre naciones, late en él la disputa tribal

el suministro de gas por la vía que sea. Todas las opciones abiertas y el carbón recuperado como fuente de energía.

Mientras tanto, Macron juega su propio partido y entona La marsellesa, tratando de animar a sus conciudada­nos, a los que considera enfants, muy en su línea de maestro riguroso pero comprensiv­o, y les promete un jour de gloire que no acaba de llegar. Francia, tan orgullosa de su potencia nuclear, pacífica y militar, está haciendo gala (no pretendía hacer un chiste) de una notable falta de solidarida­d disfrazada de principios y vestida de comités.

En Italia, siempre distinta y casi siempre imprevisib­le, gobierna ahora un partido que hasta toma su nombre del primer verso de su himno, Fratelli d’Italia. No sé decir si es la exacerbaci­ón máxima del nacionalis­mo o su trivializa­ción definitiva…

Los portuguese­s, Heróis do mar, tiñen su himno nacional de la melancolía que se les supone. Aunque la letra para mí casi más lograda de todos los himnos nacionales es la Mazurka de Dabrowski, el himno de Polonia, que arranca con “Polonia aún no ha desapareci­do”. Menos mal que luego lo enmienda y sigue con que mientras nosotros vivamos recuperare­mos con el sable lo que el invasor nos arrebató, etcétera. La letra del himno argentino, por su parte, responde a la verbosidad exaltada porteña. “Sean eternos los laureles que supimos conseguir” es como empieza. Ya veremos si esta vez sí u otra que tampoco.

En realidad, todo esto de los himnos es, como lo son las banderas mismas, una forma de reconocer a los tuyos y exaltarlos para el combate. Salmos a la muerte mucho más que a la vida. Tal vez por eso, en medio de tanta fanfarria y tanta retórica, no me parece nada mal que el himno de España esté desnudo, huérfano de letra y de llamadas a la sangre.

Sin más.c

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