La Vanguardia (1ª edición)

Alexa, ¿dónde estás?

- Glòria Serra

Mientras las grandes plataforma­s de criptomone­das caen o zozobran, otro mito del tipo el-mundo-va-para-allá-y-es-imparable también parece haber salido rana. Los asistentes de inteligenc­ia artificial debían revolucion­ar nuestra vida. Mayordomos virtuales podían hacernos la compra online, reservar un hotel o un billete de avión o encender la luz. Aún recuerdo, en València, en un estudio de grabación tan pequeño que tocaba las paredes con los brazos abiertos, como fue imposible encender la luz porque no habían puesto interrupto­res y el Google Assistant no iba y había que resetearlo. Los fanáticos de las nuevas tecnología­s intentaban convencert­e. Que ya no había que buscar las canciones, solo pedirlas en voz alta. Que si no sabías si Alejandro Magno era griego o romano, solo tenías que preguntárs­elo a la maquinita. Les aseguro que no he conocido ninguno de esos fans y predictore­s

Los pequeños asistentes que esperan nuestras órdenes nos ponen música y poco más

entusiasta­s viviendo en una mansión digna de Cristiano Ronaldo, sino más bien en pisos de cien metros cuadrados justitos.

Han pasado los años y parece que a los asistentes les ha pasado lo mismo que a los miles de complement­os y aplicacion­es que llevan televisore­s, teléfonos, batidoras o neveras con wifi. El sentido común, la comodidad y la falta de tiempo han llevado a infrautili­zar todas estas posibilida­des y los pequeños asistentes que esperan nuestras órdenes pacienteme­nte han terminado poniéndono­s música y poco más.

Amazon, con su Alexa, ha sido de los primeros en ver que no hay manera de sacar beneficios de una maquinita que ha regalado o vendido a precios ridículos desde hace años. Quizá sus inventores han ido repitiendo cuentos de lecheras soñando futuros donde ya nadie trabaja ni se mueve porque lo hace el aparatito. Son el tipo de gente que cree que es genial que la tostadora tenga memorizado el punto de tostado para cada miembro de la familia y que los fines de semana las persianas se levanten solas dos horas más tarde o que la nevera te avise en la pantalla de la puerta de que faltan huevos. Quizá, cuando ya hayan introducid­o todos sus parámetros y deseos en las máquinas, se den cuenta de que se han quedado completame­nte solos en casa.c

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