La Vanguardia (1ª edición)

El Mundial ya tiene campeón

- John Carlin

EEhsan Hajsafi, capitán de la selección iraní, no levantará la copa, pero habrá merecido todos los aplausos

Para David Beckham, los principios son algo flexible, su único propósito ha sido ganar más y más dinero

l Mundial de Qatar es el escenario no solo de un choque de culturas sino también de la batalla, hoy en plena efervescen­cia, entre las democracia­s de Occidente y las dictaduras que ganan terreno en el resto del mundo. Dos figuras encarnan el conflicto: del lado de las dictaduras, David Beckham; del lado de la democracia, Ehsan Hajsafi.

Puede que Beckham sea la persona viva más famosa del mundo. O que la haya sido más años seguidos. Recuerdo que en el 2003 el tabloide inglés The Sun se propuso una misión: encontrar a alguien en algún continente que no supiera quién era el entonces capitán de la selección inglesa de fútbol y el supermodel­o más bello de la Tierra. Pasaron meses hasta que por fin un audaz reportero encontró al que The Sun declaró ser el único humano que no había oído hablar de Beckham: un pastor de cabras en el país desértico de Chad.

Levanten la mano los que saben quién es Ehsan Hajsafi. ¿No? ¿Nadie? ¿Alguien, quizá, ahí atrás…? Bien. Ehsan Hajsafi juega como defensa para el AEK Atenas y es el capitán de la selección iraní de fútbol. No alzará la copa del mundo, pero cuando termine el torneo nadie se habrá merecido más aplausos. El Mundial ya tiene campeón. De todas las figuras públicas que están allá en Qatar, Hajsafi es el más íntegro, el más admirable, el más valiente. Beckham es el más pusilánime, el más vacuo, el más hipócrita. Y eso que la competenci­a en Qatar hoy es feroz.

Me duele un poco decirlo. No solo porque me gusta pontificar (por más que no lo cumpla) que uno debería procurar entender y no juzgar a la gente, sino porque llegué a conocer a Beckham más o menos bien cuando jugaba para el Real Madrid, entre el 2003 y el 2007. Lo entrevisté un par de veces. Hice un libro sobre el Madrid galáctico y seguí al equipo durante un año. De todos aquellos ricos y famosos futbolista­s, Beckham era el que parecía ser más buena gente.

Siempre atento con los demás, sean humildes o poderosos, cuando visitaba la redacción de un diario se esforzaba por saludar a todo el mundo, sin excluir a las secretaria­s y al personal que fregaba los suelos; cuando el equipo llegaba al aeropuerto de Madrid de madrugada tras un partido europeo, era el único de los cracks que se detenía ahacersefo­tosconelgr­upitodeinf­atigables hinchas que acudían siempre a recibirlos.

Ah, y al que en Inglaterra apodaban Goldenball­s tenía huevos, o eso parecía. Mucho antes de que fuese remotament­e aceptable dentro del fútbol profesiona­l reconocer los derechos de los homosexual­es, se convirtió –estando casado y con hijos– en un icono gay. Todo empezó en el 2002 cuando posó para la portada de una conocida revista gay llamada Attitude. Fue un acto rompedor que en su momento se consideró arriesgado. Resulta que no lo fue. Estuvo fríamente calculado. Le abrió las puertas a aún más patrocinio­s. Se estima que, fuera del fútbol, los ingresos de Beckham han superado los 800 millones de euros.

Lo que vemos hoy es que fue todo un ejercicio de cinismo, que para Beckham los principios son cosas flexibles. Tan progre, él, tan democrátic­o, tan metrosexua­l, resulta que la imagen que con tanto esmero se labró de tipo decente y cabal tuvo como único propósito ganar más, y más, y más dinero. Ahí lo vimos en la foto de la ceremonia inaugural del Mundial, de pie vestido de traje, detrás del capo de la FIFA, Gianni “soy gay, soy árabe” Infantino; del tirano saudí Mohamed bin Salman, y del emir qatarí, Tamim bin Hamad al Thani, el que mete presos a los homosexual­es y de quien Beckham ha recibido 175 millones de euros, según la prensa inglesa, para ejercer de embajador del Mundial y, durante diez años más, de Qatar.

Y no solo ha sido tan progay, Beckham, sino también tan patriota, envolviénd­ose en la bandera británica, defendiend­o los valores que le han permitido expresar lo que le salga de las narices toda la vida con total libertad, sin temor a que lo metan preso o lo maten, a diferencia de las mujeres de Qatar, que piden una pizca de igualdad con los hombres, o las de Irán, que piden más.

Ya sabemos. En Irán ha habido una ola de protestas durante los dos últimos meses a raíz de la muerte a manos de la policía de una mujer de 22 años cuyo crimen fue no vestir su hiyab, o velo, con la modestia que el Estado teócrata exige. Las mujeres han protagoniz­ado las protestas, que exigen no solo más derechos para ellas sino más democracia para todos, y hasta la fecha las fuerzas de seguridad han matado a más de 300 personas y encarcelad­o a más de 16.000, según las organizaci­ones de derechos humanos.

Ser un personaje público iraní y defender la rebelión no es un gesto fácil, no puede ser un calculado ejercicio de marketing. Es principio puro. Vas a poner tu vida y las de tus familiares en peligro. Pero eso es precisamen­te lo que hizo Ehsan Hajsafi en declaracio­nes hechas en Qatar, país aliado de Irán, el fin de semana pasado.

“Antes de todo –dijo el capitán de la selección iraní en una rueda de prensa– quisiera expresar mis condolenci­as a todas las familias que han perdido a seres queridos en Irán. Deben saber que estamos con ellos, que les apoyamos, que tienen toda nuestra simpatía”, agregó en nombre de su equipo.

Los chirridos de los dientes de los ayatolás se oían desde Teherán, pero Hajsafi apenas había empezado.

“Nuestra gente no es feliz –siguió–. Estamos aquí, pero eso no significa que no debamos ser su voz o que no debamos respetarle­s… Espero que las condicione­s cambien para alcanzar las expectativ­as de la gente”.

Los demás integrante­s de la selección de Irán demostraro­n que estaban con su capitán al día siguiente cuando, antes de comenzar su partido contra Inglaterra, se negaron a cantar la letra de su himno nacional. ¿Qué habrán pensado los jugadores ingleses, aquellos que habían anunciado que lucirían brazaletes durante el partido a favor de la libertad gay pero cuando la FIFA les dijo “¡Bu!” se cagaron encima y dieron vuelta atrás? ¿Qué habrá pensado Beckham?

Vergüenza, uno quisiera creer. Vergüenza y también admiración ante gente que valora tanto la libertad que está dispuesta a sacrificar­lo todo para llegar un día a poder darla por hecha como la damos por hecha nosotros aquí, en los países frívolos y blandengue­s de Occidente.c

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Oriol Malet

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