La Vanguardia (1ª edición)

Populismo empresaria­l y directivo

- Josep Martí Blanch

Dnald Trump era inimaginab­le antes de Donald Trump. Pero era un deseo latente para la mitad de los estadounid­enses. Y tarde o temprano el mercado tiende a satisfacer la voluntad de la clientela y a situar en el lineal del supermerca­do –también en el de las ideas– cualquier producto que se intuya que tendrá una buena acogida entre los consumidor­es. Adoptado este punto de vista, el trumpismo deja de verse como un accidente para pasar a ser más bien la encarnació­n de una demanda ciudadana. Una exigencia que sigue existiendo, aunque quizás deba satisfacer­se a partir de ahora con otro formato y otra etiqueta; como por ejemplo la del gobernador de Florida, Ron DeSantis.

Las ideas son como el gas. Ocupan completame­nte el volumen del recipiente que las contiene. En su caso, la sociedad en la que nacen y se desarrolla­n. Así que era solo cuestión de tiempo que algo parecido al trumpismo acabara por manifestar­se también en el mundo de los negocios y la gestión. Ese algo lleva por nombre Elon Musk. Si Trump quebró el paradigma de lo político, el nuevo dueño de Twitter está decidido a hacer lo propio con lo empresaria­l. Nuevos tiempos, nuevas reglas.

Musk supone la entrada por la puerta grande del populismo directivo en el universo de la empresa y el management . Un desafío en toda regla a lo que viene aprendiénd­ose en las últimas décadas en las escuelas de negocios de un modo un tanto rutinario y repetitivo. El fundador de Tesla está en guerra con la cultura hegemónica de la gestión y viene dispuesto a demostrar que las cosas no solo pueden, sino que deben hacerse de otra manera. De ahí que rompa, una tras otras, todas las formas de liderazgo empresaria­l que creíamos inmutables a base de reiteració­n; aunque fueran, desde una perspectiv­a temporal, muy recientes.

Por poner tan solo unos ejemplos, es refractari­o a cuidar las condicione­s de trabajo de los empleados, a dejarse embrujar –ya sea con convicción o hipócritam­ente– por los cantos de sirena de la responsabi­lidad social corporativ­a o a considerar la comunicaci­ón como una herramient­a para evitar o endulzar conflictos. Aún más disruptiva resulta su improvisac­ión estratégic­a en todos los frentes y su experiment­ación exhibicion­ista y azarosa con los servicios que proporcion­a su compañía. Hacia fuera su propuesta bebe del anarcocapi­talismo, mientras que hacia dentro de la propia empresa su fuente de alimento es el autoritari­smo de matriz genialoide. Musk, como Trump, viene engordado de ego por su trayectori­a precedente. Encumbrado como visionario por ser capaz de seducir al capital financiero especulati­vo vendiéndol­e lo que siempre desea comprar: expectativ­as de futuro que permitan hinchar el precio de las acciones en el presente.

La compra de Twitter, propiciand­o la irrupción de Musk en el mercado de la influencia, le convierten ahora en una amenaza a ojos de muchos que en el pasado lo elevaron a los altares para que pudiera ser adorado; entre ellos, los medios de comunicaci­ón de matriz izquierdis­ta en lo social y seguidista­s en lo económico de EE.UU. Musk colabora con entusiasmo para que sea así. A fin de cuentas, el populismo directivo, como el político, lo que mejor hace es dividir y encabronar, puesto que es en la pelea y no en el acuerdo donde se fortalece. La querencia de Musk por las encuestas con dos opciones (sí-no) –ya sea para devolverle la cuenta de Twitter a Trump o para reactivar todos los perfiles que habían sido suspendido­s por comportami­entos abusivos– es una prueba del valor que otorga el magnate a la división. La democracia para él es escoger entre el blanco y el negro apelando directamen­te a las emociones del ciudadano. Populismo puro y duro desde un púlpito empresaria­l privado a diferencia del que ya veníamos conociendo a través de las institucio­nes públicas.

El tiempo examinará a Musk por partida doble. Pondrá a prueba su modo anarcocapi­talista de entender la libertad de expresión y las formas autoritari­as de quien se tiene por un genio en la gestión interna. Se corre el riesgo, como pasó con Trump y después con tantos otros, de desear tanto su ruina en los dos frentes que no alcancemos a entender nada si al final sale airoso del envite. La empresa no es ajena al mundo en el que se desarrolla. Y Musk es el ejemplar más vistoso del populismo que previament­e ha inundado otros frentes. De su éxito dependerá que las escuelas de negocios acaben presentánd­olo como el nuevo ejemplo que seguir . El gas y las ideas, lo hemos dicho ya, acaban por ocupar el recipiente entero.c

Si Trump quebró el paradigma de lo político, Musk quiere hacer lo propio con el empresaria­l

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DADO R VIC / R

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